No fue sino con necesaria ternura que tuve que ver la foto de las personas que forman parte de la iniciativa política denominada Frente Ciudadano contra la Corrupción, y hube de verla así porque son muchos los rostros ingenuos que pude percibir en ella, cargados estos –no me cabe la menor duda– de la mejor buena fe, pero que, dadas las declaraciones vertidas –aunque elaboradas y bonitas– pareciera que se encaminan al absurdo de pensar que se puede terminar con la corrupción sin cambiar el sistema y que “los buenos”, como por arte de magia, podrían lograrlo.
La única forma de que cambie Guatemala es que cambie el Congreso de la República, Organismo en cuyas manos se encuentra la aprobación del presupuesto, es decir, de todos los ingresos y de todos los gastos del Estado y en cuyas manos se encuentra la aprobación de las leyes, de todas y cada una de las leyes. Poco o nada podría hacer un Presidente, el mejor de los Presidentes, si malo el presupuesto (podría hablar en su campaña electoral de seguridad, de salud, de educación, de infraestructura pero, al final de cuentas, ya a la hora de la hora, será el Congreso quien decida puesto que serán los ingresos y los gastos los que decida el Congreso y no el Presidente) y de igual forma, para hacer justicia, poco o nada podrían hacer los fiscales y los jueces, los mejores fiscales y los mejores jueces, si malas las leyes; leyes, todas, que surgen del Congreso.
Explicado, así de claro, lo anterior ¿Podrá entenderse que el Congreso es, en efecto, la clave de todo y que, si no cambiamos la forma de integrarlo, no podría cambiar absolutamente nada? Todo cuanto se haga sin tocar la forma de elegir a los diputados y consecuentemente, sin que cambie el Congreso –con todo respeto– no podría llegar siquiera ni a la categoría de chapuces, en manos del Congreso, también, la aprobación o no aprobación de la ejecución parlamentaria.(¿Terminar con la corrupción, sin contar con el Congreso?) ¡Por favor! Hube de ver también con ternura ¿Por qué no? al propio Comisionado de la CICIG, profesional que nada sabe, ni tendría por qué saber, de nuestra realidad política (no es esto un reproche, no es lo suyo ) en una actividad que debió de serle ajena, actividad con necesarios ribetes políticos.
¿No se percató el Comisionado de que se le estaba usando por algunos –menos mal que por los menos– como un instrumento de promoción política? ¡Ah, los refrescantes baños de pureza! La colaboración “ineficaz” que se le diera a la CICIG ¡Qué descaro! se encontraba en el ambiente y más allá del delito confesado, los más graves de coacción, falso testimonio, falsedad, estafa mediante información contable y encubrimiento de los jefes, acciones ilícitas llevadas incluso hasta La Bolsa, vestiditos de primera comunión.
Ternura, y en este caso, absoluta, por la Fiscal General a quien espero que no llegue a ocurrirle lo que me temo y es que después del 18 de mayo la abandonen los mismos que la han arrastrado hasta estos ámbitos, políticos, que debieron serle ajenos.Si no se reforma el artículo 157 de la Constitución y no se establece el sistema de los distritos pequeños (158 los distritos y 158 los diputados, ni uno más) seguirá existiendo el listado nacional de diputados, los distritos electorales seguirán igual de inmensos (cada departamento constituye un distrito) se repetirán los consecuentes listados distritales y permanecerá –intacto– el monopolio que ejercen los partidos políticos.
En otras palabras, volveremos a tener, exactamente ¡Más de lo mismo! Si no se reforma el artículo 157 seguirán los ciudadanos sin saber quién es SU diputado y –como necesaria consecuencia– ajenos al Congreso. ¿Sabe Usted quién es SU diputado? En el sistema de distritos electorales pequeños se elige un solo diputado en cada distrito y gana la elección, sin fórmulas raras, el candidato que obtiene más votos. Imperdible para Usted SU diputado ¿No le parece? Desaparece el monopolio de los partidos políticos puesto que puede inscribirse como candidato a diputado cualquier ciudadano sin necesidad de que le inscriba un partido.
En un distrito pequeño es más corta y más barata la campaña, lo que hace real que pueda un ciudadano “de a pie” llegar al Congreso. Complementa el sistema que el período constitucional del diputado sea tan sólo de dos años: Si leal y eficiente, reelecto y, si no, echado del Congreso, inexistente la figura, además, de los diputados suplentes. La población indígena, finalmente (serán muchos los candidatos indígenas que ganen distritos) llegarán el Congreso y también los migrantes podrán llegar, ganados sus distritos.
Esto es lo que pondría cambiar Guatemala: Los ciudadanos, en el Congreso. Lo demás, con todo respeto, no son sino cantos de sirena. ¿Presupuesto? El Congreso. ¿Leyes? El Congreso ¿Aprobación o no aprobación de la ejecución presupuestaria? El Congreso ¿Elección de Magistrados? El Congreso ¿Se puede terminar con la corrupción sin contar con el Congreso? No se trata esto de “buenos” y de “malos”, géneros humanos que no existen, sino de un sistema que todo determina. El cáncer –el cáncer originario– ¡Nade se pierda! Es solamente uno, la forma de elegir a los diputados que integran el Congreso (Artículo 157). Todo lo demás, sus consecuentes derivados.