El universo de Luis Cardoza y Aragón (Antigua Guatemala, 1901 – México, 1992) es tal y como es él, infinito e inconmensurable. Si hay un autor guatemalteco que supo manejar el surrealismo propio fue precisamente él.
Todos sus libros llevan una carga propia, un detonante de palabras; algunas abyectas, otras que se contradicen, pero, si fuera un arma, menos mal, no, diría que es una automática, como aquella escritura automática de los vanguardistas, que emulaban sus textos, como si de verdad se tratara de sueños.
Uno de los libros fundamentales para entender ese lenguaje cardociano es Pequeña Sinfonía del Nuevo Mundo, un alucinado texto escrito entre 1929 y 1932, pero publicado hasta 1948.
Desde el inicio, con una especie de prólogo, el autor nos da una guía para involucrarnos en el título, que, sin lugar a dudas, es una intertextualidad con la Sinfonía del Nuevo Mundo, del checo Antonin Dvorak. Precisamente, el texto de Cardoza tiene los mismos movimientos que la magnífica obra del músico.
Otro diálogo interesante es el que plantea Pequeña Sinfonía del Nuevo Mundo con La Divina Comedia, de Dante Alighieri. En la primera, un tal Luis le pide a Dante adentrarse a las fauces de Nueva York; mientras que en la segunda, es el Dante quien solicita a Virgilio el viaje en busca de Beatriz.
En la obra de Cardoza y Aragón nos adentramos en un viaje a Nueva York. Aunque, cada vez que ambos viajantes se zambullen entre las calles, el tiempo comienza a retroceder, por la Independencia, la Colonia, la Conquista, hasta llegar a las culturas prehispánicas, tanto la maya, como la azteca. Pero, también hay una travesía por la hagiografía de muchos santos, que, seguramente el maestro conocía muy bien y los trae a esta fiesta de imágenes, para encontrarse con su sufrimiento y su martirologio.
De nuevo es el lenguaje el que nos captura. Quizá esa sea una de la razones por las cuales, Cardoza y Aragón es más citado que leído: sus textos requieren un repaso histórico, geográfico y universal, para tratar de alcanzar su exégesis.
Importante Cardoza para la historia de la palabra precisa e intelectual. Importante su lenguaje cardociano, que él mismo construyó, luego trató de destruir, no pudo y lo lanzó al aire, como se lanza un lirio o un delirio.
