“Las vueltas también se ganan en bajadas”, dice Juan José Pontaza Izeppi, pedalista recordado por su ímpetu y coraje en el asfalto, cuyos elementos lo catapultaron a ganar el giro a Guatemala en 1963, y representarla en contiendas centroamericanas y europeas.
Junto a Jorge de León Surqué, Benigno Rustrián y Edin Roberto Nova, entre otros, es considerado ciclista de la época de oro por el nivel y la competitividad demostrada contra rivales de talla mundial, situación que en tiempos recientes no se da.
“Antes venían corredores élite de Europa, ahora vienen de cuarta o quinta categoría”, expresa Pontaza, quien también se dio a conocer por su garra en la montaña y, según él, su irreverencia para los vertiginosos descensos.
“Era suicida para tomar las bajadas. Un día me topé con un paredón”, rememora quien se convirtió en el tercer pedalista que le dio un triunfo a Guatemala, en la séptima edición de la Vuelta. En su historial también figuran 12 etapas ganadas; es el nacional con más victorias.
Fue su hermano, Ricardo, quien le contagió la pasión por el deporte del pedal, disciplina en la que, además de sus conquistas, tampoco olvida el vitoreo de la afición en cada largada. “Es lo mejor”, apunta, y hace hincapié en que los recursos económicos que otorgaban por triunfar eran escasos.
Para Izeppi, a quien su primer bicicleta le costó Q5, también uno de sus momentos cumbre fue competir en asfaltos europeos con contrincantes que habían corrido el Tour de Francia, a los que, incluso, se atrevía a faltarles el respeto: “No me gustaba chupar rueda, siempre andaba atacando”.
A sus 73 años, es una leyenda viviente del ciclismo. Se retiró en 1970; sin embargo, sus hazañas perduran en los libros dorados del deporte guatemalteco, y con la misma audacia con que le hizo frente al ciclismo, se enfrenta a la vida. Desde hace 5 meses vive con un marcapasos, debido a 3 infartos que ha sufrido. Alex Jacinto