Olga López de Dicastillo Sáinz de Murieta, Departamento de Enfermería Comunitaria y Materno-Infantil. Facultad de Enfermería y Maider Belintxon Martín, Departamento de Enfermería Comunitaria y Materno-Infantil. Facultad de Enfermería
El primer llanto de un recién nacido, lleno de fuerza y vitalidad, nos permite presenciar una de las cosas más bellas de la vida; el nacimiento de un ser humano. Su piel de terciopelo, ese diminuto, sorprendente y vulnerable cuerpo, su crecimiento a un ritmo tan veloz y cambiante hace que parezca paradójico la posibilidad de que la enfermedad pueda invadirlo. A pesar de la fortaleza y valentía que irradian tras ese primer suspiro, la enfermedad no es ajena a ellos, recordándonos así la vulnerabilidad del ser humano.
Innumerables son las enfermedades, en etapas y necesidades, con efectos secundarios y tratamientos muy distintos, pronósticos muy variados, pero todas con un mismo denominador común: el niño. No cabe duda de que la enfermedad tiene un alto impacto en la vida de una persona,pero si a esto le añadimos que el afectado es un niño, las consecuencias son especialmente relevantes en su proyecto vital.
El halo que rodea al niño enfermo desprende rayos tan intensos de fragilidad que impulsa a los adultos a protegerlo de un modo casi instintivo. Ahora bien, esa protección tiene que estar basada en el respeto, respeto al proceso vital en el que se encuentra con el amor incondicional como fuente de energía. Esa protección no puede exceder los límites, no puede anular la voz del niño por el miedo o las creencias erróneas de los adultos de que no tiene la capacidad de hacerse entender, y en su caso, tomar decisiones en el proceso de la enfermedad.
Parece algo disparatado en los tiempos que corren insinuar la falta de participación infantil en los servicios de salud pero les invitamos a que observen qué ocurre cuando acuden con sus hijos a los servicios sanitarios. Generalmente, aun siendo la consulta o el ingreso por la salud de estos parece que los protagonistas son los padres, las conversaciones tienen dos únicos participantes, padre o madre y el profesional de la salud, y sus voces son las más escuchadas. El niño adquiere un rol secundario, o nos atreveríamos a decir un rol marginal, aun debiendo ser él, el protagonista principal, y su voz, el sonido que resonase con mayor magnitud en la consulta.
Dejemos al niño ser niño en medio de esta sociedad de la prisa, respetemos su proceso de desarrollo, sus derechos, detengámonos a escucharles lo que tienen que decir, no son adultos del futuro, sino habitantes del presente. Los gobiernos, los políticos, las organizaciones sanitarias, los investigadores, cada persona de forma individual, reconozcamos al niño y su derecho a participar y tener voz en todos aquellos procesos en los cuales su persona y su vida está comprometida. Nosotros los adultos, actuemos como fuente de energía para ellos, con el amor como primera energía vital a disposición de ellos de forma natural, con una presencia intencional pero sin anular su esencia de niño, sin anular su voz. Aboguemos por profesionales sanitarios que dispongan de las competencias necesarias para hacer esto realidad, y que la investigación sea un foco de esperanza para mejorar la práctica asistencial.