Por: Arturo Arriagada, Universidad Adolfo Ibáñez
Estamos llenos de información, opiniones y emociones. No hay consenso frente a los hechos yla confusión solo nos llena de ruido en los asuntos públicos. La promesa inicial de la comunicación digital –que iban a disminuir las brechas de información y poder entre las personas– se cumple, pero a veces quedamos saturados de puntos de vista, ideas y datos.
Ante eso, tenemos casos de tuiteros locales célebres que cierran sus cuentas, luego las vuelven a abrir para arrancar un rato del ruido. O celebridades como el actor Ashton Kuchner, que delegan la administración de sus perfiles a otros porque no pueden lidiar con el vendaval de comentarios y la exposición. No son los apáticos o desinteresados, sino que, sobre todo, los más informados los que están escapando del ruido. Personas que aun teniendo cuentas en las distintas redes sociales no las usan con mucha frecuencia y así se abstraen de los arrebatos emocionales de Facebook y Twitter.
Todo, mientras el resto sigue ahí, convencido de que se está informando y participando del debate. El filósofo Jurgen Habermas hablaba de la importancia de la “esfera pública”, para que esta exista, el papel de los medios de comunicación, tradicionales y digitales, es central porque son los espacios que sirven de base para que se produzca el intercambio de ideas.
Pero hoy no existe solo una esfera pública, sino que varias, como consecuencia de la masificación de la tecnología y la posibilidad de encontrarlo todo en Google. Si incluimos en la esfera pública de Habermas a Facebook y Twitter, aparece la externalidad de que ahí no (solo) se dan discusiones racionales sobre el interés general, sino que circulan noticias falsas e impera muchas veces la emoción. Estar y entrar en los circuitos de las redes sociales ya no es un lujo, y cualquiera puede llegar a una audiencia más amplia que su círculo de amigos, y hasta puede terminar citado en un diario. La información chatarra es gratis, está en Facebook, en un sitio de noticias falsas o en la opinión de amigos y familiares.
La pregunta es dónde está la información de calidad, la que alimenta la reflexión y cómo encontrarla. Cuando escasean los intelectuales públicos que cumplen el rol de fomentar la reflexión sobre la vida política, social y económica. Los medios de comunicación muchas veces también caen en la tentación de lo instantáneo, muchas veces disfrazada de información. ¿Dónde encontramos el silencio para poder reflexionar sobre la sociedad en la que queremos vivir? ¿Cómo puede hoy un ciudadano salir del ruido y participar a su vez, en la discusión pública? Está difícil mantenerse ajeno al susurro permanente que genera la conversación digital.