Solo con escuchar en su versión mariachi la melodía clásica de Disney, esa en la que se ve el castillo, se intuye que todo será diferente. Coco hizo que recuperara mi fe en Pixar. Hay que ser indiferente para que esta película no te estruje el corazón.
El Día de los Muertos es el universo perfecto para conocer la historia de Miguel. Un chico lustrador, miembro de un largo linaje de zapateros, y quien sueña con cantar. Quiere ser como su héroe, el ídolo de México, Ernesto de la Cruz. En su afán, y en pleno 2 de noviembre, Miguel logra pasar al plano de los muertos sin preverlo. Y en ese entorno buscará quién quiere ser, lo que es, el legado del que es parte y de la muerte.
La cinta es redonda, se ríe mucho, y también se llora. En mi opinión, Pixar logró lo que Fox no pudo con The Book of Life.
En Coco visitamos a nuestros muertos, pero desde los ojos de la infancia. Por eso es maravillosa y dura. ¿Hasta qué momento recordamos a los que ya no están?, nos pregunta la película. Aquí la muerte tiene dos aristas: a dónde nos lleva después de la vida y qué ocurre cuando no queda nadie que nos recuerde en la Tierra. Es una lección hermosa sobre el ciclo de la vida y, además, una llamada de atención a nuestra actitud con los ancianos de nuestra familia.
“Si no queda nadie en el mundo de los vivos para recordarte, desaparecerás. Esa es la última muerte”, Héctor (Gael García).
Coco es la bisabuela de Miguel y quien une la historia. Es una ancianita divina que te parte en dos el corazón. Querés meter en la pantalla, abrazar. Decirle que después de todo no sos tan mala persona. Que tratás de seguir sus consejos, que pese a tus tonterías te esmerás por ser un buen ser humano. Coco hace que tengás un examen de contrición emocional. Te cuestiona el por qué te negaste a sentir.
Esta película nos permite hacer una catarsis emocional bárbara. Podría escribir mucho más: sobre la hilaridad de Héctor, de las dos Fridas Kahlo, del colorido maravilloso de los alebrijes y del mundo de los muertos. De la música y de que todo indica que del otro lado la fiesta dura 24/7. Prefiero entonces decir que es de esas películas que se ven dos veces.
Decepción fílmica: Independence Day: Resurgence
Ni Jeff Goldblum salvó del fracaso esta continuación. Aunque Roland Emmerich repitió como director, y uno de los cinco coguionistas redactó la historia, la película no se acerca al fenómeno que representó la primera parte allá por 1996. Los 20 años pasaron en vano. La novedad en efectos especiales se convierte en un caos que no nos deja percibir qué ocurre en la pantalla, justo como la saga Transformers. De la historia ni hablar, se intuye que habrá una tercera parte. Ojalá no ocurra.