En el semáforo de la intersección entre la calzada La Paz y la que conduce al Muñecón de la zona 5 algunos niños y adolescentes desempeñan diversas labores: limpian vidrios de los carros, venden chucherías, realizan maromas cargando a otros niños sobre sus hombros. Todo por ganarse unos centavos.
Entre estos sobresale una pequeña de unos seis años de edad, con el rostro totalmente pintado, simulando un payasito. Cuando paran los carros, obligados por la luz roja del semáforo, la niña extiende la mano para pedir limosna. Algunos conductores le alcanzan una moneda, sin imaginar siquiera que, aunque es un gesto de sensibilidad social, este acto refuerza el círculo de la pobreza extrema.
La escena descrita, por supuesto, no es solo en ese lugar. En cualquier esquina de las arterias de la ciudad capital y de otras ciudades del interior del país se observa el mismo fenómeno. Cientos de niños cuyo destino debiera ser la escuela, el parque de diversiones, o simplemente, el calor seguro de un hogar, deambulan por las calles, a veces estimulados por sus propios padres o bien, por personas adultas a quienes estos los dan en alquiler para labores de mendicidad.
Duele el alma ver estos espectáculos porque sabemos que el futuro de Guatemala está en serio riesgo; estamos enajenando lo más sagrado que tiene la sociedad: su niñez. En tanto se gastan millones de quetzales en actividades banales, cuyo fin único es visibilizar la imagen de empresas, instituciones y líderes de diversa índole. Echamos a la basura millones de quetzales en publicidad barata, en vez de alcanzar acuerdos sociales para dotar a los infantes y adolescentes de un futuro seguro.
¿Qué podrá exigirse a futuro a estos niños cuando sean adultos? ¿Para qué puestos de trabajo estarán capacitados si no han tenido las herramientas educativas y la seguridad nutricional y emocional para desarrollar plenamente su personalidad?
La vida de los niños y niñas en situación de riesgo es un drama nacional; no tiene otro calificativo. En mucho, el clima de violencia e inseguridad ciudadana que hoy vive el país es el resultado de haber cerrado los ojos a la realidad de estas criaturas, quienes, en su adultez, arrastran el lastre de privaciones, aniquilamiento económico y social al cual se vieron sometidos.
Como aquella pequeña niña de carita pintada, la realidad que vive la niñez pobre de Guatemala sufre el maquillaje de acciones altruistas, pero poco eficientes de instituciones y grupos que dicen ser sus defensores.
No le demos tantas vueltas al asunto. O volcamos todo nuestro esfuerzo a garantizar un estado de seguridad para la niñez y adolescencia marginada, o continuaremos con el círculo de la violencia e inseguridad que tanto preocupa a la clase media, pero que poco hace por participar en abordar y resolver esta problemática. Actuemos hoy. Mañana quizá sea muy tarde. A los poderosos no les preocupa este asunto porque ellos son protegidos por sus guaruras personales.