Tan antigua como la vida, la envidia, definida por la RAE como “tristeza o pesar del bien ajeno”. Es emoción tóxica que niega talentos y éxitos de terceros, se duele por la fortuna o riqueza de otros y quiere privárselos. Es rencor vengativo, resentimiento y rabia. Antónimos: nobleza y conformidad.
En la Grecia antigua se le llamó “mal ojo” (en mitología Némesis y Ptono); Hesíodo dijo: “La envidia murmuradora, gustosa del mal y repugnante, acompañará a todos los hombres miserables”; los romanos la deificaron haciéndola “hija de la noche”, personificaba la venganza y celos. Algunas religiones monoteístas la consideran un pecado capital y el primer libro bíblico, Génesis, narra cómo la envidia hizo que Caín asesinara a su hermano Abel, pues Dios favoreció la ofrenda de uno sobre el otro. Eclesiastés dice que todo trabajo y excelencia despierta la envidia del hombre. En general, la Biblia condena la envidia. También se la recuerda en el 10o. mandamiento al prohibir la codicia, pero además, desechar la envidia es una condición sine qua non hacia la salvación cristiana.
En la historia hay frases famosas asociadas como “verde de envidia”: en algunas culturas ese color y el amarillo (la bilis es amarilla-verdosa) se relacionan con insanos sentimientos, traición y celos. En la segunda grada del Purgatorio de Dante (Divina Comedia) el castigo para los envidiosos –era más necesario oír que ver– fue coserles los ojos con alambre de hierro, pues gozaban al ver caer a otros; las almas envidiosas vestían túnicas grises de penitencia. Aglauros fue convertido en piedra (Ovidio). También Shakespeare poetizó al respecto.
La demoníaca envidia, energía negativa que en el fondo es adulación y admiración, es pandémica, agresiva y fea, tanto para el emisor, como para quien padece gratis menosprecios, desdenes, insultos, calumnias y hasta muerte, pero es peor para quien la engendra: en su pequeñez de espíritu, se minusvalora y compara; es enfermiza, falsa y auto-destructiva, de baja autoestima y poca autoconfianza, nubla ver sus cualidades eclipsadas por las del otro, afecta las relaciones entre dos personas y envuelve sentimientos de inferioridad; la envidia ve al que está arriba y es importante saberlo.
Superar la envidia es similar a enfrentar emociones negativas, como el manejo de la ira y resentimiento; a veces se debe buscar ayuda profesional para saber el porqué. Los envidiosos tienen una idea sesgada de cómo lograr la verdadera felicidad y el sentido de la vida.
No hay que alejarse, solo ayudarlos –pues no ven sus virtudes– guiándolos a encontrar la satisfacción con lo que tienen y lo que son. Ya lo dijo el primer mandamiento: Amarás a tu prójimo como a ti mismo, pues el amor no tiene envidia (Don del Espíritu).