Las imágenes del fiambre y su explicación como medio de unidad familiar se transmiten basadas en una realidad objetiva actual. Raras veces meditamos acerca del sabor que tenía la comida no industrializada de hace 100, 200 o más años. Mucho menos en la utilidad social que debió representar en el fenómeno tratar de cohesionar a la sociedad de otros tiempos, un hecho que ahora se logra por medios electrónicos y redes sociales.
Actualmente se comparte en familia un plato mientras los integrantes están pendientes del teléfono, desde el que se manda una imagen que recoge sentimientos, sabores, olores, texturas, sonidos, mensajes comerciales, que pocos podemos identificar y desglosar como lo “invisual” del arte que se reproduce, por medio de máquinas que mantienen el mensaje fresco de los ingredientes, exhiben su precio, su marca, dan personalidad a sus clientes y, con un fondo musical de marimba, acercan al consumo del fiambre como una comida tradicional símbolo de riqueza y vida.
Ese mensaje está cada vez menos relacionado a las enseñanzas religiosas, cuyos resabios nos llevan a evocar la memoria de las personas que nos precedieron en la Tierra y su muerte, que suponía un proceso de transición a un mundo inmaterial de castigos y premios, según su conducta.
La primera conclusión: demanda a gran escala
La primera conclusión evidente de lo “invisual” es que el consumo de fiambre en 2017 está relacionado directamente a la demanda a gran escala de productos de la industria comestible. Esta busca explicarlo mediante una “historia mítica” o real relacionada al disfrute de la vida que matiza con tintes de identidad nacional y que usa como referencia el 1 y 2 de noviembre.
Esta evidencia desprendida del análisis “invisual” de las imágenes de manera directa, se percibe del vínculo que se hace de una conmemoración ligada al recuerdo de los difuntos, pero que se relaciona con aspectos de la identidad derivada del turismo, como sería asociarla a tejidos indígenas que van más allá en la publicidad. En este sentido, debemos diferenciar entre apreciar el arte y el diseño gráfico publicitario.
El manejo de la ideología de los grupos en el poder político mediante imágenes en mensajes contemporáneos es propio del posmodernismo. En el arte guatemalteco, este puede tener un punto de referencia en los Acuerdos de Paz de 1996, que proclaman una nación pluricultural, multiétnica y plurilingüe, que alude implícitamente a la liberación del cristianismo católico y protestante, como base de preparación para un acceso a la libertad de ideas a un público más amplio.
Los albores
En las parroquias y templos grandes por lo regular existía una cofradía de ánimas, cuya devoción fue extendida en la década de 1650 por el santo Hermano Pedro de Betancourt, quien estableció una procesión de esta advocación que salía de la iglesia de San Sebastián. Esta fue descrita 200 años después por el historiador Ramón A. Salazar, como una manifestación “siniestra” en su libro Tiempo Viejo (1877). A la vez, describe noviembre en Guatemala y sus manifestaciones religiosas, antes de la Reforma Liberal de 1871, como algo totalmente desactualizado: desde los dobles de las campanas hasta los rituales que incluían la continuidad de ese desfile sacro. Es importante anotar que las referencias de Salazar son interesantes, pero apreciadas desde la óptica del liberalismo local anticlerical.
Este análisis de información nos permite concatenar otros estudios especializados como el referido por Carlos René García, acerca del Convite de Fieros de Villa Nueva, que puede asociarse a un anuncio de la proximidad del antiguamente llamado: “mes de las ánimas”. Este convite anunciaba la procesión del Día de los Santos y era un recordatorio del inicio del novenario que hacía que en los hogares se erigieran altares de difuntos con imágenes visitantes de Demanda o Santos Caminantes, enviadas por las cofradías debidamente autorizadas para recaudar fondos para rogar por las ánimas del Santo Purgatorio.
En la Nueva Guatemala de la Asunción, la capilla más grande de esta advocación es la del Cristo de las Misericordias, originalmente rodeado de esculturas de ánimas y flores de altares de difuntos: las blancas y las silvestres conocidas como “flor de muerto”. Cuando se hacían oficios de cuerpo presente, estas eran ampliadas con coronas de ciprés, que daban un aroma especial y junto al pino y las velas, nos acercan más directamente al conocimiento real del fiambre.