Por: Silvia Domingo Irigoyen, doctora arquitecta y profesora de la Escuela de Arquitectura de la Universidad de Navarra y coordinadora del Máster MDGAE.
Mientras seguimos hablando de los daños y muertos que ha dejado el huracán Irma en el Atlántico y reflexionamos sobre la fragilidad humana frente a la fuerza de la naturaleza, celebramos el Día Internacional de la Preservación de la Capa de Ozono. Este año se conmemora el 30 aniversario del Protocolo de Montreal con el que se prohibió el uso de clorofluorocarbonos y otras sustancias que eran comúnmente utilizadas en refrigerantes o aerosoles.
La capa de ozono, esa frágil capa de la estratósfera que actúa como un protector solar natural bloqueando la parte nociva de la radiación ultravioleta, es esencial para la vida en el planeta. Su destrucción puede incrementar el número de casos de cáncer de piel, cataratas y provocar daños genéticos en nuestro sistema inmune, en los ecosistemas y la agricultura. Asimismo, tiene un impacto importante en el clima, provocando cambios de circulación atmosférica y oceánica, el aumento de las precipitaciones en las zonas subtropicales y de la concentración de carbono en la atmósfera.
El Protocolo de Montreal constituye un ejemplo excepcional de cooperación internacional. En apenas unos años, tras el descubrimiento del agujero de la capa de ozono, científicos, Gobiernos, defensores del medioambiente, representantes de la industria y organizaciones no gubernamentales lograron un acuerdo para eliminar las sustancias químicas responsables de su destrucción. En 2009 se convirtió en el primer tratado en la historia de la ONU en lograr la ratificación universal, al ser firmado por todos los países del planeta.
Pero, ¿qué hubiera ocurrido si no se hubiese hecho nada? Estudios científicos demuestran que tendríamos dos agujeros, en la Antártida y el Ártico, y la dimensión del primero sería un 40 por ciento mayor del mayor registrado. En cambio, en 2016 se ha producido una ligera recuperación del tamaño del agujero de la capa de ozono; los esfuerzos científicos y los acuerdos internacionales han dado sus frutos, aunque estamos todavía lejos de una total recuperación, que tardará décadas en producirse.
En la actualidad, la lucha contra el cambio climático constituye una prioridad medioambiental para proteger, no solo nuestro planeta, sino también a los más vulnerables que sufrirán en mayor medida las consecuencias, que ya se han manifestado. En 2003, la ola de calor dejó más de 70 mil muertos en Europa, mientras que 2016 ha sido el año más cálido que consta en los registros. Los esfuerzos para la recuperación de la capa de ozono han demostrado que, mediante un acuerdo global, con el compromiso de todos, es posible hacer frente a un desafío medioambiental. Nosotros, como arquitectos y ciudadanos, tenemos la obligación de construir buscando un bajo impacto ambiental, de diseñar ciudades sostenibles y resilientes a los cambios que un futuro incierto pueda ocasionar, y de tomar decisiones conscientes del impacto de nuestras acciones sobre el planeta.
Hoy nos animan a que celebremos estos 30 años de éxito. A lo que yo añadiría, ¿cómo podríamos replicar este éxito en la lucha contra el cambio climático?