Por: Gonzalo Serrano, Facultad de Artes Liberales
Hasta hace algunos años, el día 12 de octubre se recordaba “El descubrimiento de América”, una denominación que, sin darnos cuenta, estaba poseída de una carga simbólica importante. Se asumía, sin mayor reflexión, la mirada europea de un acontecimiento histórico en el que el mundo precolombino aparecía pasivo a la espera de “ser descubierto”.
Esta fueron las razones que generaron el cambio de la denominación del 12 de octubre como “Encuentro de dos Mundos”, una definición que esconde la mirada idílica de este continente como una unidad. Un edén que habría sido destruido por la presencia europea a través de sus armas, enfermedades y, utilizando la jerga actual, afán de lucro.
La historia es bastante más compleja. América fue descubierta por error. Cristóbal Colón, luego de siete años de insistencia, logró convencer a los monarcas para que lo autorizaran a realizar un viaje a las Indias Occidentales, navegando en línea recta de Este a Oeste por el Atlántico, ignorando, entre ambos puntos, la presencia de todo un continente.
En tiempos en que la navegación era a vela, emprender un viaje de este tipo implicaba arriesgarse a no tener cómo regresar por la ausencia de vientos y no porque se temiera caer al vacío o por encontrarse con bestias mitológicas.
Contrario a la creencia popular, a fines del siglo XVI, eran muy pocos los que pensaban que la tierra era plana. Se trataba de un porcentaje ínfimo e ignorante, similar al que cree que un brasileño puede predecir los terremotos.
Igualmente, vale la pena reflexionar respecto a las motivaciones de los españoles que llegaban a América, aunque la mayoría pretende simplificar los móviles de la conquista a un interés económico. Resulta difícil imaginar que un alto porcentaje haya estado dispuesto a sacrificar su comodidad europea por la de un viaje inseguro a un mundo completamente hostil tan solo por oro. La fama y la gloria pueden ser incentivos, tanto o más adictivos que el dinero.
En esta misma línea, resulta interesante detenerse en el perfil de los conquistadores. Hernán Cortés, por ejemplo, el conquistador de México, arribó a este continente cuando tenía apenas 19 años. García Hurtado de Mendoza fue gobernador de Chile con 21 años y Alonso de Ercilla, autor de la famosísima La Araucana, viajó con él teniendo tan solo dos años más. A esa edad, las motivaciones iban más por el sentido de la aventura, lo novedoso, mágico y extraordinario, la búsqueda de El Dorado, por citar un caso, que por el mero afán de riquezas.
Coherente con esto, y a diferencia del proceso que se vivió en Norteamérica, los conquistadores siempre estuvieron vinculados a la Corona. Esto, porque la figura del rey ejercía un rol omnipresente en los hispanos y porque, además, tenían la motivación de obtener un reconocimiento de parte de la máxima autoridad y regresar a sus lugares de orígenes para demostrar que habían dejado de ser simples villanos para transformarse en grandes señores.
No deja de sorprender que hayan sido muy pocos los que aprovecharon la distancia de más de cinco mil kilómetros para desvincularse del monarca y emprender su propio camino. Gonzalo Pizarro, conquistador de Perú, que llegó a América con veinte años, fue uno de los pocos casos en que un funcionario se rebeló contra la Corona. Pagó caro su rebeldía, terminó siendo decapitado. Siempre es importante repasar estas fechas, su importancia para la historia de la humanidad y las complejidades que hay en cada uno de estos procesos.