¡El piropo es acoso y el acoso es violencia!
Chttt, ¿por qué tan solita? Frases como estas son dichas a diario por hombres a mujeres en lugares públicos. La sociedad permite estas expresiones que a la mayoría de mujeres nos parecen insultantes, incómodas y hasta amenazantes, sobre todo, cuando van acompañadas de toqueteos, acercamientos físicos o “metidas de mano” que invaden los cuerpos y por lo tanto la
dignidad.Muchas personas dirán que las mujeres somos exageradas al nombrar como acoso, lo que podría ser catalogado como un acto de demostración de gusto, de admiración o hasta de atención a la presencia femenina. Y en efecto, la sociedad dice que las mujeres aumentamos nuestra autoestima a partir de que “otros”, sí, otros en masculino, nos dan su visto bueno, nos aprueban o nos halagan, dando validez a nuestros cuerpos, nuestros gustos y nuestra apariencia.
Lo que está detrás de estos hechos es lo que Colette Guillaumin feminista materialista nombra como la “materialidad de la apropiación de la clase mujeres por parte de la clase de los hombres”, es decir, la expresión de que las mujeres “son un bien común” a la disposición del colectivo de los hombres. El acoso sexual callejero es el conjunto de sucesos que puede llevar al femicidio, porque lo que esconde es la posibilidad que los hombres tienen de disponer del cuerpo de las mujeres. Rita Segato plantea que los hombres violentan porque lo pueden hacer, porque lo tienen permitido socialmente con el mandato de la masculinidad que empuja a los hombres a convertirse en “sujetos ansiosos por demostrar que son hombres”. Y en esta perversa demostración de masculinidad, las mujeres son las grandes perdedoras, porque la calle se convierte en un lugar de riesgo vital. La sociedad, sobre todo, a través de los medios de comunicación masiva, siguen culpando a las mujeres víctimas de los atropellos recibidos. Se les culpa por la ropa que visten, la hora y lugares en que transitan, la ausencia de compañía en que toman las calles.
Pareciera que las mujeres deben estar en un estado de sitio permanente, recluidas en sus casas para no ser víctimas de ningún tipo de violencia, pero nada más falso, también la casa es un lugar peligroso para niñas y mujeres. Allí se cometen más del 70 por ciento de los hechos de violencia en su contra.
Pero volviendo al acoso sexual callejero, este debe ser asumido como un problema político que implica, no solo la conciencia de la violencia que encierra tanto el piropo elegante, como la frase soez y despectiva que está a un paso de la violación sexual. También requiere visualizar cómo este hecho pone límites al ejercicio de la autonomía de las mujeres como sujetas y ciudadanas. La responsabilidad compete a todos: dejar de piropear a los hombres y al resto que observa le toca hacerle un paro a esta violencia.