Otros quieren ser grandes y nosotros no sabemos cuán pequeños somos.
Para Immanuel Wallerstein, los atentados en Nueva York y Washington de hace dieciséis años son uno de los cuatro acontecimientos, después de la Segunda Guerra Mundial, que provocaron el declive de Estados Unidos. Los otros son la guerra de Vietnam, las revoluciones de 1968 y la caída del Muro de Berlín.
Esta decadencia también podría atribuirse a otros factores. Uno es el cambio climático y el surgimiento de los BRIC (Brasil, Rusia, India y China), que mermaron su poder económico en el mercado global. El segundo, son las erróneas intervenciones en Irak, Afganistán y en Libia, para mantener suministros energéticos, lo que también impactó en el costo fiscal por el gasto bélico (entre 3 y 5 millones de millones de dólares, según estimaciones de Joseph Stiglitz y Linda Bilmes en el libro The Three Trillion Dollar War de 2008). El tercer factor es el enriquecimiento de los más ricos y la primacía del capital financiero. Después del 11-S, la Reserva Federal de EE. UU. redujo la tasa de interés, para estimular el consumo con el aumento de la deuda privada, pero no se hizo nada para evitar la burbuja financiera que explotó en 2008 con los subprime.
En el 2001, EE. UU. puso en marcha la Operación Libertad Duradera, para eliminar a Bin Laden y derrocar a los talibanes. Alcanzaron los dos objetivos, pero los talibanes no desaparecieron. Los militares norteamericanos intentaron sin éxito hallar los vínculos entre Bin Laden, los talibanes, el 11-S y el régimen iraquí. Durante el gobierno de George Bush hijo, Washington invadió Irak como parte de la “guerra contra del terrorismo”, que justificaron con las “armas de destrucción masiva” fabricadas por Saddam Hussein. Al final, la Casa Blanca reconoció que ese argumento era falso.
Los atentados del 11 de septiembre anticiparon otro colapso, la crisis fiscal y financiera de 2008. Los errores del expansionismo han provocado las causas del declive. Para lograr rescatar su poderío, eligieron a Donald Trump porque ofreció lograr que “América recupere su grandeza”. El nuevo Presidente es impredecible, pero es resultado de las propias contradicciones de un país atrapado entre el racismo, la xenofobia, la degradación moral producida por las drogas y la crisis económica. Estados Unidos no acepta que ya no es cabeza de león. En Guatemala, nos resignamos a ser cola de ratón. Nuestros problemas no están afuera. Se encuentran en nuestra inseguridad de ignorar cuál es nuestra grandeza y no saber de qué debemos sentirnos orgullosos.