Los vehículos de la democracia no articulan acciones para fortalecer su identidad.
A mediados de los años ochenta Guatemala vivió el retorno de la democracia representativa y merced a dicho paso sentó las bases para fortalecer a una de sus expresiones: el partido político.
El inicio de ese proceso marcó el triunfo electoral de la Democracia Cristiana y la irrupción de nuevas agrupaciones cuyos dirigentes se habían formado en el Movimiento de Liberación Nacional.
La DC y el MLN significan en nuestra historia partidaria contemporánea los mejores ejemplos de un instituto público: identidad, ideología, cuadros y visión programática, es decir, coherencia.
Una y otro son recuerdos con luces y sombras, pero vale mencionar que no pocos de sus miembros siguen vigentes y con distintos niveles de incidencia en la dinámica del país. Infortunadamente, con la desaparición de esas 2 entidades hubo un quiebre en la práctica militante y ahora los partidos funcionan más como clubes o agencias de negocios y empleos.
Como consecuencia de lo descrito, cada 4 años tenemos “alegres elecciones” en las que el abanico de participantes es amplísimo, mas las propuestas de qué y cómo hacer, limitadísimas.
De ese entorno afloran un Tribunal Supremo Electoral apenas ocupándose de evitar fraudes, una población que en su mayoría cae sometida por los “cantos de sirena” del mercadeo político y partidos regidos por la práctica de que “el fin justifica los medios”.
No debemos olvidar que, por ejemplo, antes de asumir la octava legislatura modificó su mapa respecto de lo suscitado en las urnas y así, el Congreso de la República de un día para otro amaneció con bancadas muy diferentes a las anunciadas por el TSE.
Hoy la discusión se centra en transfuguismo, vieja/nueva política, financiamiento ilícito, Ley Electoral entre distintos aspectos que alimentan diversidad de planteamientos.
Pero será difícil superar las costumbres mientras los partidos y la ciudadanía permanezcan en la superficialidad, unos sin discurso y actuaciones sólidas, y la otra sin análisis profundo de la oferta, o sea, ambas instancias sin un proyecto de nación.
Según se vislumbra el panorama 2019, la carrera por 158 escaños parlamentarios, 340 corporaciones ediles y la Presidencia de la República involucraría a 35 partidos, además de equis cantidad de comités cívicos donde corresponda.
Tal posibilidad obliga a preguntar cuántos de esa treintena tienen una militancia motivada por principios ideológicos y cuántos disponen de una plataforma programática que dé certeza de decisiones; y por el otro lado, cuando la gente emita el sufragio ¿con qué expectativas lo hará?
Obviamente, la clase política tiene un reto en el contexto de coyunturas que se han venido sucediendo por crisis y secuelas, en tanto que la población se queja pero pierde oportunidades. El quid del asunto es ¿Queremos cambiar?