En esta calma nadie se va y solo quedan las mentiras desesperantes.
Nos encontramos en estado de “calma chicha”. Esta expresión la utilizan los marineros para referirse a la ausencia de viento que provoca desesperación. En esta situación de quietud desesperante, nadie se va pero solo algo queda, que no corren verdades, pero hay mentiras desesperantes. En esta falta de un buen aire con remolino, podríamos esperar un enorme huracán político. Miguel Ángel Asturias establece una analogía entre el “viento humano” y el “viento fuerte” en su novela, publicada con ese título en 1950: el viento fuerte de las reformas sociales.
Uno de los personajes de Viento fuerte, Lester Mead, advierte: “No debemos olvidar que el tiempo del demonio es limitado y que llegará la hora de Dios, que es la hora del hombre”. El ingeniero Smollet, interrumpe esas palabras por considerarlas “un mal sermón dominical”. Lester replica con la advertencia: “El ingeniero lo ha dicho; pero no el viento fuerte”, que él ha explicado aquí como algo espantoso, como una fuerza incontrastable de la Naturaleza… La hora del hombre será el “viento fuerte” que de abajo de las entrañas de la tierra alce su voz de reclamo, y exija, y barra con todos nosotros”.
Hay novelas en que la ficción es certeza y la realidad una cadena de presunciones. En Viento fuerte las fuerzas de la naturaleza y las divinidades indígenas se unen para el castigo y la venganza, de manera similar a las maldiciones de los brujos de las luciérnagas: “Y la avalancha huracanada de terremoto aéreo, de maremoto seco, sería, vendría, sobrevendría por el pedido del que maneja con sus dedos los alientos, fluido y pétreo de Huracán y Cabracán”.
En el Popol Vuh, cuando los progenitores estaban en el agua rodeados de claridad, llamaron “Huracán” al Corazón del Cielo. “Cabracán” es quien sacude el cielo y conmueve toda la tierra. Desde esa Carta Magna de nuestra nacionalidad múltiple, sabemos de los titanes llamados avaricia, injusticia y corrupción. Ahora necesitamos una válvula de escape para dejar que surjan sus fuerzas destructoras. El desafío es limpiar la retina colectiva. Si preferimos estar equivocados, es peor desconocer la permanencia de nuestra ceguera.
El peligro no está en las tempestades nuevas, sino en que envejezca la calma.