Una educación cristocéntrica requiere un itinerario pedagógico, lo que implica que sea paulatino.
Finalmente, y recogiendo sugerencias de especialistas como Cesare Bissoli, cabe apuntar algunas implicaciones de esta centralidad de Cristo para la educación de la fe. Fijémonos primero en las cuestiones de contenido, y después en las de método, aunque no son del todo separables. El cristocentrismo de la fe cristiana es trinitario, puesto que Cristo no podría ser el centro sino en el marco de la acción salvadora de Dios uno y trino.
En una época de fragilidad en las formas tradicionales de transmisión de la fe, la atención al misterio total de Cristo y al encuentro personal con Él ayuda también a consolidar los fundamentos de la fe y a reforzar los cimientos de los valores humanos y el sentido de la vida. Lo vienen subrayando los papas y lo enseña el magisterio de la Iglesia de modo creciente, a partir del Concilio Vaticano II.
El misterio de Cristo no solo es criterio objetivo para la educación de la fe (como centro de los contenidos de la fe), sino también criterio interpretativo (es el centro que ilumina todos los demás misterios, verdades o aspectos de la fe, e incluso, es el centro del sentido de la historia y de todos los
acontecimientos).
Cristo es también el centro de la espiritualidad y de la formación de los educadores, formadores y catequistas, puesto que solo en la comunión personal con Cristo encuentran su luz y su fuerza: Él es el centro de su vida, de su reflexión y de la comunicación de la fe que comienza con el testimonio de su encuentro personal.
Como la catequesis tiene no solamente dimensiones teológicas, sino también antropológicas y didácticas, los educadores habrán de descubrir la centralidad de Cristo para iluminar aspectos del mensaje cristiano más difíciles de explicar en la actualidad (como algunos referentes a la escatología y a la moral), así como para detectar los destellos de belleza, verdad y bien que emiten los valores humanos nobles.
Desde el punto de vista del método, se ha destacado que el cristocentrismo en la educación de la fe puede tomar dos caminos: un camino ontológico (exponer la fe a la luz de la revelación de Cristo) o un camino fenoménico (exponer la fe a partir de la experiencia de Jesús mismo, y de ahí profundizar en el misterio de Dios y del hombre), este segundo más bíblico. En su conjunto, una educación cristocéntrica requiere un itinerario pedagógico, lo que implica que sea paulatino.
El Catecismo de la Iglesia católica ha subrayado esta centralidad de Cristo: “Leyendo el Catecismo de la Iglesia católica, podemos apreciar la admirable unidad del misterio de Dios y de su voluntad salvífica, así como el puesto central que ocupa Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, enviado por el Padre, hecho hombre en el seno de la bienaventurada Virgen María, por obra del Espíritu Santo, para ser nuestro Salvador. Muerto y Resucitado, está siempre presente en su Iglesia, de manera especial en los sacramentos. Él es la verdadera fuente de la fe, el modelo del obrar cristiano y el Maestro de nuestra oración”.