Hay algunos diputados que tratan de impulsar la pena de muerte aprovechando la coyuntura.
La sociedad guatemalteca se desangra. El país se está convirtiendo en un botadero de cadáveres, escenario de balaceras recurrentes, millones de investigaciones realizadas por los cuerpos de seguridad y el Ministerio Público, un aparato de justicia colapsado que ha sobrepasado su capacidad de hacer una justicia pronta y cumplida.
Ese es el escenario que nos pintan algunos medios de comunicación, quienes, incluso, se han dado el lujo de desplegar considerables espacios a dar una versión de espectáculo respecto de los hechos.
Ayer miraba en la televisión el caso de un estudiante de medicina que, gracias a un grueso libro que llevaba consigo, había logrado sobrevivir al ataque.
La noticia, en sí misma, no es inadecuada. Lo incorrecto es el espectáculo usado para transmitirla. Como si se tratase del triunfo de Barrondo, con una amplia sonrisa, la presentadora hacía gala del golpe de suerte del muchacho.
De estos hechos violentos hay varios actores que se aprovechan. Por un lado, están determinados medios de comunicación, especialmente televisivos, quienes convierten esta información en un producto con sabor y olor, aderezado con anécdotas, repetición de imágenes fuertes, acento circense de los presentadores. Esta manera de presentar estas noticias va conformando en el imaginario colectivo una manera muy deshumanizada de percibir estos hechos.Otro actor que pretende llevar agua a su molino es el político. Ayer vi la iniciativa de un diputado, por cierto, cuestionado por discriminador, declarar que le harán una encerrona al ministro de Gobernación debido a la ola de violencia.
Están en su derecho de citar a los funcionarios de Gobierno, pero en vez de hacer show, más bien, tienen la harta obligación de legislar para que, por leyes estrictas, cambien las condiciones sociales de este país, cuyos focos de terror se marcan precisamente en los sectores más vulnerables.
Hay algunos diputados que tratan de impulsar la pena de muerte, aprovechando la coyuntura que vive el país, y se presentan a la opinión pública como angelitos probos a exigir que, esta medida, por cierto, descartada en la mayoría de países del mundo, sea restablecida.
Yo no estoy de acuerdo con la pena de muerte por razones éticas, pero también por razones prácticas. En el pasado se aplicó, y las estadísticas fueron contundentes en explicar que los niveles de criminalidad no disminuyeron. Debieran saber que para el delincuente la muerte es solo un paso más en su complicado engranaje de destrucción. Lo que debe atacarse son las causas y no los efectos.
Y las causas, todos las sabemos: la ausencia casi total de políticas sociales, un modelo económico altamente disfuncional que hace más rico al rico y más pobre al pobre. En nuestros días se agrega ese tonito con que algunos medios convierten en producto de consumo diario la información violenta. Aliviados estamos.