Papeletas repletas de multicolores símbolos carentes de representatividad.
Cada cuatro años nos fingimos ciudadanos. Las boletas multicolores: blanca, verde, amarilla, azul, roja, correspondientes a cada una de las selecciones rituales de la llamada fiesta de la democracia, son parte de la parafernalia. Y como buenos habitantes indiferentes a la cosa pública, creemos que acudir a los centros de votación nos hacen los verdaderos depositarios del soberano poder del pueblo, “la más grande de las ironías” (artículos 140 y 141 de la Constitución Política de la República).
Esas papeletas estuvieron y, parece, estarán repletas de multicolores símbolos, de conjugaciones verdaderamente creativas de acrósticos bonitos, pero carentes del significado más importante en un modelo auténticamente democrático: re-pre-sen-ta-ti-vi-dad. En una panorámica rápida, vemos desde el inicio del actual estado “democrático” gran inventiva para crear distintivos y nombres sugestivos como algo a la orden del día, pero eso, y nada más. Después de los partidos “históricos”: el Movimiento de Liberación Nacional desde 1950 hasta su desaparición, 34 años después; luego la Democracia Cristiana Guatemalteca, paradójicamente creada en 1955 por el golpista Carlos Armando Castillo Armas, quien con el apoyo norteamericano derrocara el régimen de Jacobo Árbenz Guzmán, un año antes. Fue el partido político con más constancia, 53 años, hasta su cancelación, en 2008, luego del evento de 2007. La creatividad decía, veamos algunos nombres, sin ningún tipo de orden: Frente de Unidad Nacional (“unidad” y nacional, un acertado cacareo), Movimiento de Acción Solidaria (acción solidaria, no sé en dónde), Centro de Acción Social (este se abreviaba CASA, quizás la de sus promotores), Frente Republicano Guatemalteco (rostro de una república pudo haber sido su otra interpretación), Unión del Centro Nacional (como una primera transición del MLN en copia al modelo español), Partido de Avanzada Nacional (segunda y más vigorosa transición del MLN), Gran Alianza Nacional (tercera generación del MLN, y llamativa conjugación), Compromiso, Renovación y Orden (con todo y lo contradictorio implicado en esa denominación), y los calificativos abundan, mas no el espacio. Y así hasta llegar a esas nuevas modalidades que pretenden crear la noción de movimiento, incoloro, insípido, sin ideología y, seguramente, sin principios, sin trazos, sin rumbos, sin metas, más las que promuevan sus propios gestores. Aquí unas de esas denominaciones: Todos, Vamos, Caminemos, y otros nombres similares que ahora enaltecen lo amorfo de las agrupaciones que dicen llamarse políticas. La fiesta comicial se pinta más desabrida si no hacemos algo diferente, pues el futuro próximo está al borde del abismo. Más jodidos estaremos, parece.