Por: Jessica Masaya Portocarrero
Los escritores que nos gustan son los que dicen aquello que ya intuimos, que de alguna manera ya sabemos, pero no ha tomado forma de palabra. Aquellos que ponen orden al conjunto amorfo y caótico que hay en nuestra cabeza. Es como si leyeran tu mente pero, en realidad, están leyendo y desentrañando la esencia humana, gracias a su gran sensibilidad y talento.
Son esos escritores que conocimos en un momento crucial de nuestras vidas, y nos dieron una luz casi sobrenatural en el camino. Y, claro, son esos a los que volvemos por consuelo, por cariño, por sabiduría, por un jalón de orejas.
Un ejemplo para mí es el poema air and light and time and space (así, sin mayúsculas ni comas), de Charles Bukowski. Este señor es todo un mito, no solamente por sus escritos, también por su forma de ver la vida. En estos versos quiere
desmitificar la idea de que se necesita “aire y luz y tiempo y espacio” para crear.
Dejarlo todo (trabajo, familia, amigos) y crear “un santuario” para escribir puede sonar ideal, pero en la práctica no sé si funciona. Según Bukowski, el que va a crear lo va a hacer en cualquier lugar, bajo cualquier circunstancia.
Es más, yo tengo la idea de que la vida, aparentemente ordinaria, pero pesada, con sus problemas y los golpes que nos propina, otorga un ingrediente misterioso, pero muy necesario para que lo que escribimos tenga sabor, calle, carcajadas, sangre, lágrimas y maldiciones
verdaderas.
De esa cuenta, si vas a crear, según don Charles, lo harás “trabajando 16 horas por día en una mina de carbón, o en una pequeña pieza con tres niños mientras vives de la asistencia social. Vas a crear aunque te falte parte de tu mente y de tu cuerpo, vas a crear ciego, mutilado, loco. Vas a crear con un gato trepando por tu espalda, mientras la ciudad entera tiembla en terremotos, bombardeos, inundaciones y fuego”.
El poema remata diciendo que las condiciones ideales de aire y luz, además de tiempo y espacio, “no tienen nada que ver con esto y no crean nada, excepto quizás una vida más larga para encontrar nuevas excusas”.
Revisitar este poema me alivia, pues si no estoy creando no es por culpa de nada ni de nadie. Quizá solo no es el momento.