El divisionismo, un mal latente en todas las sociedades y áreas de lo cotidiano, se ha fortalecido, y, para colmo, en un rubro que está por los suelos en Guatemala y que, lejos de salir avante, se hunde cada vez más sin una luz que muestre por dónde pueda levantarse: el futbol.
Este fin de semana un grupo de entusiastas jugadoras, influenciadas por terceros que les pintaron la idea de color rosa, llevaron a cabo el lanzamiento oficial de la Asociación Femenina de Futbolistas Guatemaltecas, idea que se concreta en un período de crisis en el que la familia del balompié chapín, lejos de dividirse, necesita remar hacia el mismo puerto.
La justificación de su presidenta, Ana Lucía Martínez, que durante 4 años ha exaltado la azul y blanco en España, es que no son un “sindicato” sino una asociación que tiene “otros intereses”, como fortalecer su medio y profesionalizarlo. Qué bonito suena; pero hasta ahí, nada más.
Existe la Asociación de Futbolistas Guatemaltecos, institución creada para intentar velar por el bienestar de jugadores del país, sin importar condición o género. En ella, las puertas estuvieron abiertas para las mujeres que practican el deporte. No obstante, ellas decidieron unir sus propios lazos. ¿Acaso no era mejor aliarse, engrandecer y fortalecer la ya existente?
No estoy a favor ni en contra de ninguna de las dos posturas, pero, insisto, es el tiempo ideal para fortalecerse y jugar en un solo equipo, hacerle frente a los rivales con intereses propios, golearlos y hacer ganar a Guatemala.