Hay que tener cuidado con no exagerar la idea de la unidad.
La idea del comando de Sebastián Piñera de construir un Museo de la Democracia es, en principio, interesante, tanto política como académicamente. Con esta institución se espera recuperar el legado de la “democracia de los acuerdos” que, según dicen en su círculo cercano, la Nueva Mayoría (NM) abandonó con el fin de reformar el sistema político que nos rigió entre 1989 y 2013.
Hasta cierto punto, este diagnóstico es correcto: al final de cuentas, parte importante de la NM siente una explícita aversión hacia la política de los noventa. Esa que se caracterizó por los acuerdos, sí, pero también por implementar políticas socialdemócratas bastante en línea con las demandas del mundo occidental de entonces.
Ahora bien, hay que tener cuidado con no exagerar la idea de la unidad y de los acuerdos cuando se diseña un establecimiento de esta naturaleza. Si el posible futuro gobierno de Piñera busca edificar un relato monocromático —casi buena onda— de lo que fue el tránsito de la democracia, entonces el resultado será poco comprensivo y crítico. Y fomentar el pensamiento crítico es, sin lugar a dudas, uno de los principales retos de los que escriben historia.
Han surgido voces exigiendo que la “comisión de historiadores” debe ser lo más “objetiva” posible cuando narre el contenido del museo de marras. Me parece que este es un error de principio: no existe una objetividad única en la historia.
A lo sumo, ellos podrán aspirar a ser rigurosos, oyendo a sus contrapartes metodológicas e ideológicas respecto de lo que tengan que decir sobre un evento o documento en particular. No estoy diciendo que el museo no deba construirse. Simplemente estoy apelando a tres cuestiones: a evitar el consenso por el consenso; a que, como bien dijo Marcelo Casals en este medio, el Museo de la Democracia no sea una suerte de contraparte (¿revancha?) del Museo de la Memoria, y a que la comisión de historiadores que se forme tenga la máxima libertad posible para preparar una visión compleja y dinámica de lo que ocurría a fines de los ochenta, resaltando cambios, pero también continuidades.
Solo así podremos conocer más críticamente sobre un pasado que, querámoslo o no, todavía nos divide (al menos interpretativamente).