El Internet les ha comido el mandado con información todo el día.
Mario Vargas Llosa en su libro La civilización del espectáculo hace un análisis sobre la manera como se abordan hoy los asuntos públicos, en la que ya no importa la esencia de las cosas, sino su capacidad para entretener a la ciudadanía.
En las noticias por televisión se vive un fenómeno cada vez más generalizado: trasladar la información noticiosa como un espectáculo más, sumado al ya amplio espectro de la programación televisiva.
Aquellas funciones que se les atribuían a los medios de comunicación: informar, entretener y educar, son al parecer, las características de lo que una vez fue el ideal de los medios masivos. Los noticieros por televisión han pasado a ser solo sesiones de entretenimiento para el gran público que, a decir verdad, tampoco le interesan los noticieros, porque se han informado ya, a través de las redes sociales. Cuando llegan a su casa, su propósito es narcotizarse con un programa de violencia, deporte, humor cotidiano o su telenovela favorita.
Vaya usted a saber cuántas personas ven un noticiero televisivo. El Internet les ha comido el mandado con información todo el día. Como dirían los abogados: se han quedado sin materia. Esta característica de las masas es, por supuesto, bien conocida por los dueños de los canales de televisión, y como respuesta han aplicado estrategias de manejo de la noticia con la misma receta con que se elaboran los programas de
entretenimiento.
Este fenómeno no es solo nacional. Es más bien una mala copia de cómo en los países del primer mundo, especialmente del continente americano, tratan las noticias con un formato light o de espectáculo.
Por supuesto, aquellos utilizan una cantidad de técnicas de abordaje de la información noticiosa con ingredientes humanos, anecdóticos y de contexto que, de alguna manera, les permite suavizar el contenido
informativo.
En Guatemala, copiones como solemos ser, con poco tino y mucho empirismo, algunos noticieros televisivos transmiten al público un producto verdaderamente deficiente y ridículo.
Pongo un caso concreto: en un noticiero de televisión, durante el pasado temblor que dejó varios edificios dañados y susto mayúsculo a la ciudadanía, una presentadora, llevándoselas de muy chistosita transmitía las novedades de personas del interior del país. “Y ahora tenemos el reporte de un vecino de Quetzaltenango”, decía con una amplia sonrisa, como si se tratara de la transmisión de la Caravana del Zorro.
Un reportero mal formado decía, con actitud triunfalista, luego de preguntar cómo se sentía a una señora que lloraba desconsoladamente a su hijo recién asesinado: “Es así como hemos llevado a ustedes el llanto de esta señora…” Por lo menos, los directores de dichos noticieros debieran indicar a sus presentadores, hombres y mujeres, que no siempre se debe sonreír ante las cámaras, y que hasta para fingir se debe ser profesional.