Por: Jorge Antonio Jerez Lau
Como platicábamos la semana pasada acerca de los entrenadores, directores técnicos y/o preparadores físicos extranjeros, recuerdo una anécdota. Trabajando con la Selección Nacional tuve la oportunidad de ser parte del cuerpo técnico del profesor Benjamín Monterroso.
Parte de su equipo de trabajo era el profesor Fernando Alarcón Vílchez, como su preparador físico, quien es de origen mexicano; pues bien, he de decir que desde la parte médica y la preparación física tuvimos al principio nuestros roces sobre lo que sí y lo que no deberían hacer los atletas a nuestro cargo; sin embargo, en el corto tiempo entrelazamos una bonita amistad basada en el respeto mutuo.
Su profesionalismo muy particular creó una empatía importante y considero que dejó mucho en cuanto a su conocimiento, el cual compartía abiertamente. Algo interesante que les compartiré fue una ocasión que se enfrentó la Selección de Guatemala a la de México. Por alguna circunstancia, el profesor Alarcón ingresó en la cancha tarde, cuando ya los equipos estaban en el campo y se estaban llevando los actos protocolarios, él salió de los camerinos hacia nuestra banca, cuando en el trayecto se entona el himno nacional mexicano. En ese momento se detuvo donde estaba, se paró firme en posición erguida e inmediatamente hizo un saludo al pecho y entonó su himno; al terminar prosiguió su marcha hasta nuestra posición.
Este suceso despertó en mí una sensación de mucho respeto y admiración a la vez, y también de tristeza, porque inmediatamente no pude evitar compararme con mis compatriotas, quienes al escuchar nuestro himno nacional, sin prestar la más mínima atención, continuaban haciendo lo que fuera con suma falta de respeto. Recuerdo que en aquella ocasión fueron unos bomberos en los que más me di cuenta.
Ahí entendí mucho de lo que quizás envidio de la gente de nuestro país vecino y empecé a entender las grandes diferencias en actitud sobre lo que es nuestro y el valor que le damos en nuestra vida y cómo lo representamos en el quehacer diario. Con esa reflexión que ya peina años, el manoseo de ese entrenador colombiano que mencioné en el artículo pasado, con nuestro himno, me ofendió sobremanera y solo me hizo reconocer a uno más de los vendehúmos, y nosotros, los felices compradores de este.