Hay quienes ni siquiera han tenido la opción de decidir entre una cosa y otra, simplemente el vacío del hambre, de la oportunidad, de la vida que reclama ser vivida con dignidad.
Fin de mes, en la larga fila del supermercado esperando el turno respectivo para hacer el pago, delante de mí una pareja haciendo la compra familiar, mientras yo sostengo chocolates y baterías –gastos superfluos–, la mujer se aferra más a su billetera a medida que la cuenta sube.
Lo que al principio me pareció que podría ser una percepción errónea y muy propia, fue confirmada al momento en que la cantidad de billetes en su mano, estableció el límite de productos a llevar, y la obligó a tomar la decisión de cuáles productos prescindir. No es la naturaleza de la decisión, todos en determinado momento o circunstancias nos hemos enfrentado a aquello prescindible, que realmente no necesitamos, y que es un gusto; son menos las ocasiones en que debemos renunciar a aquello que realmente necesitamos. ¿Y cuándo se trata de tener que tomar la decisión de prescindir de algo que otros necesitan? ¿Los hijos?
Vi la escena y no pude evitar pensar que mis propios padres habrían enfrentado esa situación en algún momento, quizá no tan lejano. También pensé, y pienso, que muchos más se habrán encontrado y se encontrarán en esa situación. Sin duda, una breve escena, que podría pasar desapercibida, puede generar toda una discusión de salarios mínimos, precios de productos, planificación familiar, y muchos otros temas. No pretendo entrar a esa discusión en 2 mil 400 caracteres.
El tema que venía rondando en mi mente, desde unos días atrás era la dignidad humana. Ocupó mi pensamiento en el tránsito lento para llegar a casa, no muy lejos una persona había sido asesinada y ni la cinta amarilla ni los vehículos de las autoridades correspondientes, habían sido suficiente para bloquear la escena. Y del otro lado, sobre una estructura de metal un número significativo de personas aglutinadas, viendo, no solo viendo, casi “disfrutando el show”. Inevitablemente me recordé de una visita al cementerio general y la forma en que los zopilotes se colocan en algunas áreas sobre los nichos. Es cruel, pero la imagen no era muy diferente.
Era el fin de una vida, ese cuerpo pertenecía a una persona, y de la misma forma en que la vida le fue arrebatada, se le arrebató también la dignidad. ¿Será que en este país, algunos –muchos– no pueden ni siquiera morir con dignidad? ¿Y será que otro buen número se ha convertido en carroñeros de la desgracia ajena? Pero, ¿cómo se puede morir con dignidad, si no se puede vivir con dignidad? Y regreso a la escena del supermercado, porque hay quienes ni siquiera han tenido la opción de decidir entre una cosa y otra, simplemente el vacío del hambre, de la oportunidad, de la vida que reclama ser
vivida con dignidad.