viernes , 22 noviembre 2024
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De oficios y profesiones (IV)

De cambistas. Los cambistas y banqueros no podían faltar en diversas dovelas de la misma puerta tudelana para expresar el pecado capital de la avaricia y las penas severas por su práctica. En una de ellas, dos hombres con sendas bolsas de monedas colgadas al cuello se queman en una caldera. Si hemos visto anteriormente a carniceros, pañeros y panaderos condenados, no les esperaría mejor suerte a los que mercadeaban con el dinero, como los prestamistas, cambistas y banqueros. En otra dovela, un banquero sedente e identificado por las monedas y la balanza de su mesa se quema y es torturado por sendos demonios. En otras representaciones del mismo conjunto, la tabula numularia o tabla de cambios identifica a los cambistas que son conducidos por el diablo o incluso sufren tormento en su lengua a causa del fraude, usura y engaño en sus transacciones.

De criadas y lavanderas. Las representaciones de criadas en las artes figurativas están ligadas, de ordinario, a las escenas del nacimiento del Bautista o la Virgen. Parteras, domésticas y otras asistentas encontramos en bellos ejemplos de nuestra pintura y la escultura, que nos han dejado testimonios muy elocuentes, entre los que destacan por sus detalles los ejemplos del siglo XVI: Pedro de Aponte en Santa María de Olite, retablo del Bautista en la Victoria de Cascante o los relieves de Torralba del Río, Mendavia, catedral de Pamplona, Esquíroz, Dicastillo o Santa María de Tafalla.

Capítulo especial merecen las lavanderas, cuyas representaciones en barro policromado tuvieron su gran representación en los belenes tradicionales que eran fiel espejo de la sociedad preindustrial. En Navarra, algunas pinturas de finales del siglo XIX, así como delicadas instantáneas de destacados fotógrafos, nos sitúan frente a una profesión harto dura y de la que hay testimonios escritos, como la instancia que las lavanderas dirigieron al ayuntamiento de Pamplona en 1881 para que se construyese un lavadero cubierto.

La pintura de Inocencio García Asarta, fechada en 1895 y estudiada en su monografía del pintor por I. Urricelqui, es un testimonio colorista y simpar de un grupo de aquellas mujeres esforzadas, a las que se representan alegres, como ajenas a su duro trabajo, en un delicado paisaje junto al río Arga.

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