Francisco nos advierte: ”No pensemos solo en los pobres como destinatarios de una buena obra de voluntariado.“
Con un importante mensaje titulado “No amemos de palabra sino con obras” (13-VI-2017), el papa Francisco ha instituido la Jornada mundial de los pobres, que se celebrará este año, por vez primera, el 19 de noviembre.
Se trata, afirma en la introducción, de “un imperativo que ningún cristiano puede ignorar”, sobre todo, teniendo en cuenta el contraste “entre las palabras vacías presentes a menudo en nuestros labios y los hechos concretos”. Así de claro lo dice Francisco: “El amor no admite excusas: el que quiere amar como Jesús amó, ha de hacer suyo su ejemplo; especialmente cuando se trata de amar a los pobres”.
No se trata de un mero sentimiento de compasión más o menos auténtico que surge de nosotros; sino de una respuesta de amor a la entrega de Jesús por nosotros, que comienza por la acogida de la gracia de Dios, de su caridad misericordiosa, de manera que nos transforme por dentro, que nos mueva a las obras de misericordia en favor de nuestros hermanos y hermanas que se encuentran necesitados.
Así lo entendieron desde el principio los primeros cristianos, haciendo suyas las enseñanzas de Jesús (cf. Mt 5, 3; Hch 2, 45; St 2, 5- 6, 14-17). Pero observa el Papa: “Ha habido ocasiones, sin embargo, en que los cristianos no han escuchado completamente este llamamiento, dejándose contaminar por la mentalidad mundana”. Con todo, el Espíritu Santo ha asistido siempre a la Iglesia para recordarle los aspectos más esenciales del mensaje cristiano. Y no han faltado cristianos —como Francisco de Asís— que han dado su vida en servicio de los más pobres.
Y nos advierte Francisco: “No pensemos solo en los pobres como los destinatarios de una buena obra de voluntariado para hacer una vez a la semana, y menos aún de gestos improvisados de buena voluntad para tranquilizar la conciencia”. Reconoce que estas experiencias son válidas y útiles para sensibilizarnos acerca de las necesidades de muchos hermanos, y de las injusticias que a menudo las provocan; pero deberían introducirnos a “un verdadero encuentro con los pobres y dar lugar a un compartir que se convierta en un estilo de vida”.
Se trata, sigue explicando, de las “consecuencias de la auténtica oración, de la conversión y de la caridad”, que llevan a la alegría y la serenidad espiritual cuando se toca con la mano “la carne de Cristo” en sus pobres.
Es un argumento muy querido por Francisco, que retoma aquí en conexión central con la presencia de Cristo en la eucaristía: “Si realmente queremos encontrar a Cristo, es necesario que toquemos su cuerpo en el cuerpo llagado de los pobres, como confirmación de la comunión sacramental recibida en la eucaristía. El Cuerpo de Cristo, partido en la sagrada liturgia, se deja encontrar por la caridad compartida en los rostros y en las personas de los hermanos y hermanas más débiles”. El Papa considera siempre actuales las palabras del santo obispo Crisóstomo: “Si queréis honrar el Cuerpo de Cristo, no lo despreciéis cuando está desnudo; no honréis al Cristo eucarístico con ornamentos de seda, mientras que fuera del templo descuidáis a ese otro Cristo que sufre por frío y desnudez” (Hom. in Matthaeum,
50,3: PG 58).