Por: Fernando Lucero
La madrugada del 14 de junio de este año sorprendió a la población con un sismo de 6.6 grados en la escala de Richter, causando la muerte de cinco personas y serios daños en viviendas, iglesias y centros educativos, situados en el occidente del país.
Según la Coordinadora Nacional para la Reducción de Desastres (Conred), iban 7 mil 602 afectados, 382 damnificados, 36 evacuados, 19 heridos y 435 atendidos, en San Marcos, Quetzaltenango, Retalhuleu y Suchitepéquez, departamentos más afectados por ese movimiento telúrico que registró 49 réplicas. Para ajuste de penas el volcán de Fuego está en constante actividad eruptiva, lo que genera pánico en las comunidades cercanas a las faldas del coloso, de que pueda producirse alguna tragedia que cobre la vida de sus
habitantes.
En suma, las fuertes lluvias que azotan al país, han originado desborde de ríos e inundaciones en municipios como Iztapa, en Escuintla; San Manuel Chaparrón, en Jalapa; La Blanca, en San Marcos; Morales y Los Amates, en Izabal, entre otros, ocasionando muertes y estragos. Además de derrumbes de cerros o laderas, 16 carreteras han resultado averiadas, así como un alud en San Pedro Soloma, en Huehuetenango, que dejó 12 personas fallecidas, diversas casas y un microbús soterrados, derivado de la humedad por la saturación de agua en el suelo y subsuelo. Empero, la pregunta sigue siendo la misma, ¿estaremos preparados para enfrentar los embates de la naturaleza? Si no somos capaces de seguir lineamientos de prevención, mucho menos de coadyuvar en lo que nos corresponde no lanzando basura en los drenajes o en los torrentes.
Así también, el 22 de este mismo mes, se produjo un nuevo temblor de 6.7 grados, que volvió a alarmar a la población. Si sabemos perfectamente que habitamos un país altamente sísmico y propenso a los desastres naturales, sobre todo, en la época lluviosa, ¿cuándo entenderemos que debemos involucrarnos en la prevención y el cuidado del medioambiente para mitigar sus efectos? Sin embargo, por otras limitaciones, incluyendo la ausencia de educación ambiental, insistimos en deforestar los escasos bosques que nos quedan sabiendo que son los pulmones del planeta, se sigue con la tala inmoderada de árboles que nos ayudan a contrarrestar la contaminación, con el uso y abuso del recurso hídrico, sin pensar que destruimos los ecosistemas y que seguramente lamentaremos cada vez siniestros de grandes proporciones.
Lo cierto del caso es que estamos siendo castigados por la fuerza de la naturaleza y, lo peor, es que no movemos un dedo para siquiera intentar minimizar el impacto del marcado cambio climático que constituye la mayor amenaza medioambiental que afronta la humanidad. Toda vez que somos dados a ver las catástrofes y el dolor de otros, con absoluta pasividad e indolencia, mientras no nos afecte a nosotros. Urge adoptar medidas que prevengan una acelerada hecatombe de nuestro hábitat. Para ello, es indispensable que la ciudadanía se inmiscuya en la temática y se convierta en correa de transmisión que llegue a todas las comunidades del territorio nacional.
