Al abandonar esa función transformadora de la sociedad, el maestro está dejando de ser útil como agente de cambio.
Aquella mañana del martes 25 de junio de 1974 quedó grabada en mi memoria. Era mi primera celebración del Día del Maestro. La junta de padres de familia nos había invitado a una refacción en la escuela. Los niños habían adornado el salón donde se llevaría a cabo el evento. Me sentí feliz por aquella experiencia inolvidable.
De eso hace ya 43 años. Había llegado a la escuelita un lunes 19 de marzo. Era un jovenzuelo cargado de sueños y tenía asignado segundo grado, conformado por 45 estudiantes, niños y niñas. A varios de ellos tuve que tomarles de la mano para desarrollar sus destrezas de escritura y perfeccionar su letra, a pesar de haber aprobado primer grado.
Tuve la dicha de haber escogido la carrera de mi vida, de la cual jamás he dudado. Creo que si volviera a reencarnar en otro cuerpo, indudablemente volvería a estar en esta noble profesión. Es verdad que no me he vuelto millonario porque ningún maestro lo es cuando se entrega en cuerpo y alma a su labor. De verdad, quien ame el dinero que se dedique a los negocios; quien ame la educación, que se resigne a vivir una vida modesta pero inmensamente rica en experiencias humanas.
Una estrofa del himno magisterial dice: ser maestro es llevar en el alma/ una antorcha de luz encendida. Y no sé si el contenido retórico de estos versos tenga algún significado para todo el magisterio, pues ya se sabe que algunos están en este gremio por inercia, porque no tuvieron otra opción de vida, pero en el fondo viven contando los días para obtener su jubilación.
Durante estos 43 años he visto de todo en el magisterio; cambios positivos y procesos degenerativos en esta digna profesión. En algunos he visto un espíritu de lucha por la dignificación del gremio, tanto en lo económico como en aspectos pedagógicos. En otros, he percibido una actitud negligente, perezosa, frente a los cambios que el país experimenta cada día.
En las comunidades, por muchos años, el maestro fue el centro que regía la vida social. Era además de mentor, el conductor de toda la dinámica social. Tenía por ello, un poder simbólico devenido de su actuar ético, humanístico y profesional. De verdad, era la luz que guiaba la comunidad. Quizá hoy, ese rol ha sido desplazado por cacicazgos insanos, delincuenciales. El maestro ha sido obligado a refugiarse en su aula, agazapado como aquella víctima temerosa de ser atacada por las fuerzas oprobiosas que rigen la vida actual.
Cuando hablo con un maestro, sea cual fuere el nivel educativo donde se desempeña, muchas veces percibo un dejo de resignación a dejar su viejo rol de líder social y educativo. Y al abandonar esa función transformadora de la sociedad, está dejando de ser útil como agente de cambio. Antes de llegar a este estado de conformismo es mejor cambiar de empleo. Maestro que no mueve estructuras no sirve para nada; perdón por la franqueza.
Un saludo en su día, a los maestros consecuentes, abnegados y comprometidos con el cambio social que reclama
el país.