El cine pop nos dejó un alijo de tesoros invaluables en 1988: Duro de matar, ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, Beetlejuice, Chucky y la navideña Scrooged, más dos animaciones japonesas: la tierna y maravillosa Mi vecino Totoro y la apocalíptica Akira, que la semana pasada llegó a Netflix.
No cometa el error de pensar que es una película infantil. Todo lo contrario: el director y guionista Katsuhiro Ôtomo le vendió al mundo una historia distópica animada que no tiene igual; todo ocurre en la futurista Neo Tokio, donde la corrupción política y el malestar social pudre todos los niveles de la capital. Al principio nos enteramos que el 16 de julio de 1988 se detonó una ojiva nuclear en Tokio, lo que ocasionó la III Guerra Mundial, y desde ese momento la historia lo apresará.
“Cuidado con aquellos que distorsionan la verdad en nombre de la ciencia. En nombre de la cultura encontramos la desolación del corazón humano”, sacerdote callejero.
Cuadro a cuadro, el argumento nos presenta una urbe que está sostenida en una mano de poker de tráfico de influencias, contaminación, drogas, adolescentes en motocicletas y luces neón, a 30 años de la guerra. En resumen, esta distopía es una digna heredera del clásico Blade Runner. Con ese entorno nos adentramos en la vida de Kaneda y Tetsuo, dos huérfanos adolescentes que pasan sus ratos libres en peleas de pandillas motorizadas; son amigos quienes se enfrentarán a muerte dadas las circunstancias.
Explicar de qué trata la cinta es difícil, porque es un acercamiento a qué pasaría si un adolescente obtiene un poder cósmico absoluto que todos llevamos dentro, según el filme, y qué él “activa” tras sufrir un accidente. El problema es que deja caos y muerte a cada paso que da. Todo esto ocurre mientras la población de Neo Tokio está dividida entre masivas protestas callejeras, fanáticos religiosos que esperan por el despertar de Akira (el responsable de la destrucción de 1988), y ciudadanos que no se involucran. El resultado es sumamente fascinante.
Los diálogos no son complejos, pero sí mantienen un drama intermitente. Asimismo, la versión colgada en Netflix no está censurada, es decir: los japoneses no hacen concesiones en sus series y películas de dibujos animados, uno de los motivos por lo que es categoría R. La evidencia de la impunidad la hacen una crítica a las políticas públicas del siglo XX, por lo que un adolescente no podría captar el contenido total. La primera vez que me acerqué a la cinta fue en 1999 y ahora que la vi por enésima vez, pero después de muchos años, me topé con un reflejo de la sociedad global que vivimos. A 29 años de su estreno, sigue vigente.