En la tercera meditación que Romano Guardini hace en el libro de carácter práctico que publicó en el siglo pasado, titulado El bien, la conciencia y el recogimiento, el autor indica que la conciencia tiene un carácter de “llamada” divina a participar de la santidad de Dios, llamada que pide una respuesta por parte del cristiano.
Por eso está lleno de significado el hecho, que Guardini evoca, de que nuestro “nombre” se nos ponga en el bautismo.
Pero comprender todo esto y prestarse a ello no es fácil ni automático. Solo puede desarrollarse y funcionar a nivel humano con los años de la maduración interior y la experiencia exterior, pasando por las sucesivas etapas de la persona, y a nivel de la fe, con la gracia de Dios.
En este contexto el autor subraya la importancia del “sacramento de la confirmación”, al que considera “el sacramento de la conciencia cristiana”.
En definitiva, la formación de la conciencia solamente se lleva a cabo “dilatando, corrigiendo e iluminándonos a nosotros mismos” por la apertura a la gracia divina. Es lo que llamamos el crecimiento en la “vida interior”.
Guardini sintetiza este proceso en el término “recogimiento”. Efectivamente, la formación de la conciencia, como parte de la educación de la fe, debe enseñar a cultivar la profundidad del espíritu, la contemplación, el examen o la vigilancia interior, la plenitud de la justicia, la pasión por el bien; y, para todo ello, la vida espiritual con su cortejo de virtudes, la oración y la paz interior, la escucha de la Palabra de Dios y la oración.
Al final de su texto Guardini recoge una oración. Su autor es John Henry Newman, beatificado por Benedicto XVI en 2010. Newman considera que la conciencia cristiana es maestra, luz y voz de Dios, facilitadora y guía de la escucha, sanadora de la mirada, purificadora del corazón: “Dios mío, tengo necesidad de Ti, necesito que me instruyas cada día, tal como lo exige la jornada. Señor, ¡concédeme una conciencia iluminada, capaz de percibir y comprender Tu inspiración! Mis oídos están cerrados, por eso no escucho Tu voz. Mis ojos están tapados, por eso no veo Tus signos. Solamente Tú puedes abrir mis oídos y curar mi vista, puedes purificar mi corazón. Enséñame a estar sentado a Tus pies, y a escuchar Tu palabra”.