Se me está ocurriendo no celebrar el ”Día del adulto mayor“, sino el ”Día del madurescente“.
A la edad comprendida entre los 60 y 80 años se le ha llamado ancianidad. Hoy se le conoce con el eufemismo de madurescencia. Podríamos llamarla también adolescencia recesiva. Durante este período, el ser humano hace un esfuerzo por recuperar energía, vitalidad y ánimo para emprender algunas actividades que desarrolló en su vida juvenil o bien, que no pudo realizar y se quedó con alguna inquietud porhacerlas.
En muchos casos, esta edad se marca por un deseo irrefrenable por “volver al pasado” y en ese sentido, se realizan actividades que parecieran más propias de los jóvenes. En el plano del erotismo, por ejemplo, algunos hombres comienzan a vestirse con colores brillantes, usar pantalones ajustados (valgan los estereotipos), y, por supuesto, perseguir jovenzuelas. En este caso, la madurescencia se convierte en un mote más común: viejo verde. Con algunas señoras de juventud recesiva sucede algo similar.
Sea como fuere, esta etapa se convierte en la antesala a la senectud plena, en la que el ser humano inicia la cuenta regresiva de su paso por la vida, marcando con las cuentas del rosario todos aquellos actos buenos y equivocados que realizó. La energía se le está escapando y con ella se fugan también sus ganas de vivir. Acaso sea este el designio de la existencia humana.
Por un irrefrenable deseo de sorber la vida, algunos no disfrutamos nuestras etapas de desarrollo. Cuando tenemos 15, queremos tener 25; cuando llegamos a esa edad, queremos alcanzar 35 o 40. Llegados los 50, los motores de nuestra nave comienzan a compresionar y no queremos arribar a los 60, para no ser ancianos. Afortunadamente los ingeniosos expertos en la materia se las arreglaron para que ese arribo no sea tan traumático y nos llaman madurescentes.
En otras palabras, yo, que paso de los 60, no soy un anciano. Soy un madurescente; y esto me gusta porque me “da derecho” a parrandear, vivir la vida loca, ser impulsivo, correr de aquí para allá sin preocupación alguna. No lo hago, por supuesto, pero, a decir verdad, ¡cuánto quisiera!
Ser madurescente no es tan malo, al fin de cuentas. Muchos escritores famosos, por ejemplo, han iniciado su carrera literaria cuando pasaban de los 60. Algunos madurescentes han alcanzado la plena felicidad fundiéndose en ardorosos abrazos con una dama que no alcanza los 30. Claro que esto es como ganarse el premio mayor de la lotería.
Aquí cobra sentido aquel famoso refrán popular: gato viejo busca ratón tierno. He de confesar que en esta suerte de juegos no he sido muy afortunado que digamos.
Se me está ocurriendo no celebrar el “Día del adulto mayor”, sino el “Día del madurescente”. A esa fiesta iríamos vestidos con colores llamativos, manejando poderosas motos o autos de carrera, exhibiendo nuestros míseros pellejos con camisas abiertas y chaquetas de cuero. Las mujeres irían peliteñidas, con faldas arriba de la rodilla, tenis de colores, labios pintados color fucsia, en fin, todo un atuendo de colegiales recesivos. ¿Se anima usted?