sábado , 23 noviembre 2024

La conciencia según Guardini (II)

La formación de la conciencia, según Guardini, es la educación para ser capaces de salir del círculo vicioso del propio ”yo“.

lo largo de este pequeño gran libro, que publicó el siglo pasado Romano Guardini, titulado El bien, la conciencia y el recogimiento, su autor considera la conciencia como una puerta por la que la eternidad entra en el tiempo, como la cuna de la que surge la historia humana, que es fruto de la libertad; como una ventana abierta a la vez sobre la eternidad y sobre los acontecimientos cotidianos.

La conciencia avisa, diríamos hoy, como una luz o un piloto rojo en el salpicadero del automóvil sobre los niveles de gasolina o de aceite, como un termómetro que indica la temperatura corporal. Nos informa sobre el modo en que el bien definitivo y eterno pide ser realizado aquí y ahora, quizá en una pequeña acción.

La conciencia, observa también Guardini, es como nuestra suprema “brújula”, que puede estropearse por superficialidad y frivolidad (conciencia laxa), por rigorismo obsesión y escrúpulo (conciencia escrupulosa) o, finalmente, por alteraciones sicológicas de la percepción de la realidad, y, en general, por falta de armonía entre la inteligencia y la voluntad, los sentidos y los afectos.

La formación de la conciencia, según Guardini, es la educación para ser capaces de salir del círculo del propio “yo”. Así es, y el secreto de la conciencia –no puede ser otro– es la apertura al amor.

Ahora bien, este salir del propio “yo”, según este ilustre teólogo, solamente puede lograrse del todo por medio de la realidad religiosa. Y esto es así porque el bien no es algo abstracto, sino que, en su plenitud, es “la santidad del Dios vivo: he ahí el bien”; es decir, el acuerdo o la conformidad con Dios.

La conciencia es por eso, un órgano capaz de captar la realidad de Dios y su voluntad, su presencia y su Amor; y capaz de guiarnos en el actuar en Su presencia, bajo Su mirada, actuar por el honor de Dios, vivir en Dios, como dice la Escritura. Por eso la conciencia es como un testigo de Dios, como la “voz viviente de la santidad de Dios en nosotros”. Y al que vive de fe, señala Guardini, Dios le da la gracia de una conciencia clara para que “se haga su voluntad en la tierra como en el cielo”.

Esta cita del Padrenuestro no es casual, porque el papel de la conciencia y, por tanto, su formación se entiende, según nuestro autor, y “alcanza su plenitud en el misterio de nuestra elevación a (ser) hijos de Dios”. Por eso, para un creyente y, sobre todo, para un cristiano, “el cumplimiento de la ley moral no es ya solamente el cumplimiento de un deber abstracto, sino la edificación de nuestra salvación”. Se trata, en efecto, de colaborar con la salvación propia y de los demás, sobre la base de la iniciativa salvadora de Dios uno y trino y en el marco de la familia de la Iglesia, de la vocación y misión de los cristianos en el mundo y para el servicio de la humanidad.

En continuidad con las dos anteriores, en su tercera meditación, Guardini considera que la conciencia tiene un carácter de “llamada” divina a participar de la santidad de Dios, llamada que pide una respuesta por parte del cristiano.

Por eso está lleno de significado el hecho, que el autor evoca, de que nuestro “nombre” se nos ponga en el bautismo. Es la “piedrecita blanca” de la que habla la Biblia (cf. Ap 2, 17).

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