Nuestro tiempo necesita redescubrir los objetivos de la educación moral.
Alguien dijo que todo comienza por la conciencia y nada vale sino por ella. Estos días y siempre vemos cómo desde la política y la economía, la comunicación y la educación se sigue valorando mucho la conciencia moral.
Resulta lógico que tanto los anteriores sínodos sobre la familia como la preparación del ya cercano sobre los jóvenes subrayen la importancia del discernimiento y de la formación de la conciencia.
Una joya sobre el tema es el pequeño libro de carácter práctico que publicó el siglo pasado Romano Guardini, titulado El bien, la conciencia y el recogimiento (cf. La coscienza. Il bene, il raccoglimento, Morcelliana, Brescia 2009).
El libro está dividido en tres conferencias o meditaciones. En la primera, la más amplia, se trata de la conciencia desde un punto de vista antropológico y fenomenológico. La segunda amplía esa visión hacia la perspectiva religiosa y teológica. La tercera afronta lo que debe poner cada persona. Todo ello se dirige a iluminar la formación de la conciencia y más ampliamente la educación moral. Guardini comienza distinguiendo entre obrar por un fin en general y por un deber. El deber no es un fin útil cualquiera, sino un fin “intrínsecamente justo”. A esto es a lo que llamamos un “bien”, un bien en sí mismo. Y a este responde la conciencia como el ojo a la luz. La conciencia es así, el órgano natural de captación del bien en distinción con el mal.
La conciencia capta el bien como valor universal que “debe” ser buscado en cada acción, más allá de la mera utilidad, de acuerdo con lo que pide la realidad, con las exigencias de las cosas, con lo razonable y justo, con lo que es conforme al ser, con lo que la Biblia llama el “corazón”, el núcleo de la persona.
Nuestro tiempo, entiende Guardini, necesita redescubrir los objetivos de la educación moral: enseñar el valor, la grandeza y plenitud del bien, educar el deseo ardiente, la alegría y la belleza de ese deber moral, liberándolo de ser visto como mera obligación y carga; enseñar a abrir los ojos ante lo que reclaman los acontecimientos y las cosas; ponderar el poder y la capacidad de comprometerse, reconstituir la comprensión y la unidad de la voluntad y abrir la luz a la sabiduría de la moral cristiana, tanto para los hombres
como para las mujeres.