Hoy se necesitan maestros de humanidad (artesanos de humanidad, según el Papa).
La sociedad de hoy se caracteriza por un cambio sin precedentes en todos los aspectos de la vida, que es efecto de dos revoluciones: la tecnológica y la de la información. Los conocimientos se renuevan, acumulan y difunden a un ritmo acelerado, lo que hace que el entorno se esté volviendo ajeno para muchos. Piénsese, por ejemplo, en el desarrollo de Internet. Para unas personas mayores no es fácil pasar de las cartas manuscritas a los correos electrónicos.
La expresión “sociedad de la información”, suele inducir a un error: confundir la información con el conocimiento. El profesor A. Llano ha señalado una diferencia: la información es algo externo y técnicamente acumulado, mientras que lo otro es una actividad vital, un crecimiento interno.
- Thibon diferenció entre instrucción y cultura, aclarando que la primera es exterior, impersonal y sin diferencias de nivel, mientras que la segunda implica participación vital del sujeto, modificación interior y profundización continua.
Frente a la cultura de los eruditos, G. Marañón propuso la cultura de los humanistas: el erudito mide su saber por el número de cosas que conoce, mientras que al humanista no le importa saber mucho, sino saber solo las cosas esenciales.
Es preciso, por tanto, integrar (sin confundir) información y conocimiento, instrucción y cultura. De no hacerlo, seguiremos estando expuestos a ser víctimas de lo que Julián Marías llamaba “la tentación utilitarista”. Desde ella lo único que importa es conseguir resultados prácticos y satisfacer necesidades materiales. Y como esto se logra con medios, surge fácilmente la fe ilimitada en la técnica. Veamos un ejemplo: dos náufragos llegan a una isla desierta habiendo salvado únicamente el computador del barco. Uno de ellos se pone a manejarlo con gran entusiasmo, porque cree que su futuro depende de la información que le proporcione la máquina. Tras días de preguntas y respuestas, le dice a su compañero: “Menos mal que hemos conseguido salvar el ordenador; gracias a él sabemos que tenemos una posibilidad entre un millón de ser salvados”.
La consulta insistente en Internet para saber más sobre la resolución de un problema, puede afectar negativamente a nuestra salud. Al acceder a más datos de los que el cerebro puede procesar, corremos el riesgo de ser afectados por el “Síndrome de fatiga por exceso de información”, que conlleva estrés, ansiedad y pérdida de concentración. Para evitarlo hay que renunciar a seguir acumulando información y optar por pedírsela a un experto.
Del profesor se espera hoy que dé prioridad a lo formativo sobre lo informativo. Ello incluye saber interpretar datos para transformarlos en conocimiento. Este objetivo está reclamando el resurgimiento de los saberes humanísticos, que son básicos para el incremento de la creatividad.