Desde la Londres victoriana se le convida a un ágape fraterno. El plato fuerte será un exquisito chivo expiatorio y le llamaremos Vanesa Ives, para que redima nuestros pecados. A la cena están invitados los hijos de la noche: vampiros, licántropos, súcubos, abominaciones inmortales, blasfemias vivientes y usted, claro está, pero se le participa con la condición de ser un espectador que, durante las tres temporadas, viva un mutis angustiante.
“Debí haber muerto virgen. Como Juana de Arco. Honesta, firme. Cantar en la pira funeraria. ¿Sabías que ella cantaba mientras la quemaban?”, Vanessa Ives
Eva Green encabeza el reparto y encarna a Vanessa, un personaje fuerte, de mirada de piedra y que estoicamente afronta las angustias que las profanas fuerzas sobrenaturales le intentan asestar. Esta convergencia de personajes macabros no le será ajena, pero olvide lo que las caricaturas y series de bajo presupuesto hicieron en el pasado. Acá se reúnen mitos de la literatura del horror del siglo XIX de una forma imponente. La receta es así: iluminación pálida y brillante mezclada con otra sepia y sucia. Música en la que las cuerdas predominan y una edición sin mayores sobresaltos, compensada con la elegancia de actores como Timothy Dalton, como el mescenas implacable sir Malcom; Josh Hartnett, quien se presenta como el pistolero americano Mr. Chandler; un atormentado Dr. Victor Frankenstein vuelto a la vida por el histrión Harry Treadaway, y finalizamos con Dorian Gray, el hedonista por excelencia, retratado por Reeve Carney. Todos son merodeados por un monstruo resucitado con la faz de Rory Kinnear. Esta reunión sería más de lo mismo, una receta conocida se podría pensar, pero el guión es lo que hace bárbara a esta serie. Incluye frases memorables, además de citas a la poesía de la época como la “Oda Inmortal” de William Wordsworth.