Cuando una empresa externaliza, se puede volver dependiente de sus proveedores.
Los orígenes de la transformación digital llegan a mediados de los 90, cuando Tim Bresanan, Erik Brynjolfsson y LorinHitt descubren que cuando inversiones en “tecnologías de la información” se acompañaban de ciertas prácticas organizacionales se generaban aumentos significativos en productividad de las empresas.
Una investigación posterior –entre Brynjolsson, Hitt y Shinkyu Yang– revelaría que, cuando la inversión en TI era acompañada de inversiones similares en desarrollo de capital organizacional, se obtenía una valoración de mercado desproporcionadamente más alta que en empresas con menor inversión en lo organizacional.
En un extremo, mostraban, cada dólar invertido en activos digitales, estaban asociados con una valoración de mercado adicional de hasta no menos de US $10, que correspondía a los activos intangibles asociados a crear valor adicional con los activos digitales adquiridos. Aquí está parte de la clave de este tema.
La transformación digital tiene, efectivamente, un alto potencial. Sin embargo, algo obvio por estos años, para alcanzarlo se necesita mucho más que adquirir tecnología, y focalizar el cambio en torno a los equipos de diseño y desarrollo digital.
La brecha entre la promesa y la realidad se está produciendo por foco excesivo en la experiencia digital del cliente, y cierta tendencia a desarrollo ágil que ha llevado a empresas a externalizar parte del prototipaje, incluso, a veces el desarrollo, en fábricas de proveedores para obtener resultados más rápidos.
Como resultado, muchos esfuerzos de las compañías dejan de lado aspectos relevantes de la experiencia de consumo del cliente que, si bien escapan a lo digital, son habilitados por procesos, canales, conocimiento, y comportamiento organizacional, que solo es posible mediante la madurez organizacional derivada de capacidades dinámicas que se aplican en general con el cambio tecnológico y habilitadas, en parte, por una estrategia digital.
La segunda parte del problema –externalización en fábricas– es que como lo estudiaron Charles Fine y Daniel Whitney, de MIT, cuando una empresa externaliza se puede volver dependiente de sus proveedores por conocimiento y capacidad. Hay que tener cuidado de ver qué se está tercerizando.