La instrumentalización de la vida en un país donde la explotación infantil y el acceso al empleo es otra ironía del día a día.
A escasos pasos de mi hogar, me encuentro con una realidad diferente a la mía, una niña no mayor de cinco años jugando con un vaso desechable y agua imaginaria, tras las rejas que protegen el negocio familiar, probablemente de extorsionistas y asaltantes.
La niña me cautivó con las risas que le provocó el sentirme cómplice de su juego; otras veces en interacciones similares he percibido una especie de reflejo, como verse al espejo, fue lo mismo esta vez, a pesar de las diferencias entre nosotras. Especialmente las diferencias socioeconómicas que ya trazan un destino quizá –en mi percepción– muy fatalista para ella, y es que las oportunidades son reducidas, y en ese círculo vicioso de reproducción de patrones, quizá no tenga un futuro muy diferente de lo que ha sido la tradición familiar que he visto repetidas veces.
Inevitablemente pienso también en Brenda, una de las víctimas mortales de esta “ciudad de la furia” (y abro el paréntesis para cuestionar por qué las otras víctimas no “tienen nombre”). Lo traigo a colación porque entre todos los debates que desencadenó la trágica situación, la línea entre el derecho a la vida y el derecho a la libre locomoción –que para mí es muy clara– ha sido puesta en cuestión. De alguna manera periférica, algunos pusieron en discusión el tema de la explotación laboral, expresada en la alegada preocupación del victimario por “llegar tarde al call center y ser despedido”.
Justo en el día del trabajo, en un país donde la explotación infantil se hace presente, me parece importante discutir sobre la línea entre el derecho a la vida y el derecho al trabajo, porque entonces ahí, la distinción no parece nada clara, si es que hay una distinción cuando la vida depende del poder adquisitivo en un mercado perverso que instrumentaliza al ser humano, al más clásico estilo kantiano.
Mientras algunos se debaten entre mejores oportunidades laborales, otros se debaten en la supervivencia del día a día; y otros, en la contienda por acceder a una entrevista por lo menos. En sociedades corporativas y clientelares como la nuestra, coincido con una amiga cuando cuestiona que “aquí siempre te faltan los dos puntos de conocer a alguien”.