Sabemos que la guerra civil siria es mucho más que una crisis interna.
Existen muchas dimensiones sobre las cuales podría discutirse la profunda crisis que ha destruido gradualmente la estabilidad política de Siria contemporánea. Esto, en particular desde los inicios de la denominada “Primavera Árabe” hace ya más de seis años. Una de ellas, y por lo demás la más gráfica de todas, se refiere a la catástrofe humanitaria que ha resultado de una cruenta guerra civil, seguida por la emergencia de una diversidad de poderosos grupos islamistas radicales (entre ellos el, autodenominado, Estado Islámico de Siria y el Levante, originado en Irak y consolidado en Siria a partir de contextos bastante particulares). La tragedia de la emigración forzada, traducida en el tránsito itinerante de miles de refugiados en busca de auxilio, en gran parte de Europa y el mundo, es un ejemplo vivo del sufrimiento cotidiano al cual ha sido sometido gran parte del pueblo sirio.
Además, existe una dimensión geoestratégica que determina, obviando muchas veces este constante sufrimiento humano, la acción práctica no solo de actores políticos regionales, sino que también de los grandes poderes involucrados en la constante inestabilidad de Oriente Medio. Sabemos, por lo tanto, que la guerra civil siria es mucho más que una crisis interna. Esta es, por el contrario, un eje central en la mantención o modificación total de los equilibrios de poder entre una diversidad de actores internacionales. Sería apresurado, por lo tanto, afirmar que la guerra civil siria es un mero reflejo de una tortuosa relación política entre Estados Unidos y la Federación Rusa en Oriente Medio; o bien, que esta solo se entiende a partir de la pugna permanente entre Irán y Arabia Saudita por el control de esferas políticas, ideológicas, económicas y religiosas. En efecto, si cometiéramos el error de centrar nuestro análisis en visiones limitadas, perderíamos de vista la multiplicidad de causas de este conflicto y, por lo tanto, una comprensión más completa de sus múltiples efectos.
Existe un cierto grado de acuerdo en el análisis historiográfico respecto de que la Guerra de los Seis Días en 1967 –enfrentamiento que posicionara a Israel frente una confederación de Estados árabes liderados por el Egipto de Nasser– fue un conflicto que todos los involucrados intentaron evitar a toda costa. En una era nuclear y en plena Guerra Fría, ni Washington, Moscú, Jerusalén, El Cairo, Damasco o Beirut podían ver en un conflicto militar una posible solución a una escalada insostenible de tensiones políticas.