Hace poco más de un año, el Dr. Thomas, encarnado soberbiamente por el colosal Robert Redford, demostró que hay otro plano de existencia más allá del tangible, este que usted y yo habitamos. En respuesta, la humanidad reaccionó con un incremento jamás visto en la tasa de suicidios. La incidencia, cuyo crecimiento es latente, ya supera los 4 millones de personas. La tendencia es estar en el nuevo plano, ¿y cómo juzgarlos? Solo buscan empezar de nuevo, un borrón y cuenta nueva existencial.
En un mundo así, el neurólogo Will, personificado por Jason Segel –tan bueno en drama como en comedia–, tiene una relación reserva-odio con el descubrimiento de su padre, cuya meta tras 40 años de investigación es registrar qué ocurre en ese plano nuevo. Ahora Will intenta convencerlo que se detenga.
El nudo narrativo de la película se centra en esa posibilidad y preciso decir que, de alguna forma, me hizo pensar en los trabajos de Stanley Kubrick, quizá por la iluminación de la cinta, por algunos silencios y en ciertas partes del guión: es de esas realidades complejas que uno no busca que se termina. Lo que obtiene el espectador es el deseo de saber qué más ocurre.
Cada personaje, por más pequeño que sea, tiene algo puntual por decir y le otorga a la cinta un matiz cada vez más espeso. Desde Tobi (Jesse Plemons), considerado como el hermano lento de Will, pero que no es necesariamente idiota, hasta la musa que atrapa y cuida de las dudas de Will, la suicida Isla, un personaje al que Rooney Mara le concedió cierto aire que recuerda a su Lisbeth Salander de The Girl with the Dragon Tattoo. Podría ser la hermana buena onda de Lisbeth, pero igual de extraña.
Con estos personajes, quienes además ocupan una gran casa en medio de una isla, solo podemos decir que el resultado es una historia creativa, para nada pretenciosa y que no busca ser un éxito de taquilla. Ahora sabemos por qué se estrenó en Sundance; después de todo, es el festival de cine que Redford ayudó a crear.