También he perdido desde las llaves hasta un continente entero, y a algunas personas en el camino.
Uno siempre vuelve a los lugares donde una vez fue feliz. Lo he leído, escuchado, repetido, y una vez más, comprobado.
Hoy, después de una breve pausa vuelvo a las letras, y justo en la víspera del regreso, la pluma de Elizabeth Bishop me ha acompañado en la expectativa.
Uno de sus poemas, El arte de perder –quizá el más popular, y he de confesar, uno de los pocos que conozco de la autora–, ha venido perfecto, como al tintero, para alimentar mi pluma. Mucho ha pasado en esta pausa, que tal vez no ha sido tan breve en días, momentos y eventos, cual expresión de la relatividad.
Entre todo aquello que ha acontecido: niñas fallecidas, incendios forestales, ataques químicos, bombardeos, entrevistas “ofensivas” al talento –y al ego– nacional, suicidio en la industria mediática, tanto más que ahora escapa mi mente, y opiniones que vienen y van.
En el intermedio a los actos, entre la frustración y el ansia que el escenario de nuestra realidad produce, me encuentro con la reacción, la crítica desesperada, y apasionada, que a un grado de separación alguien lanzaba al espacio virtual de las redes: quién cuestiona, quién hace, quién propone, quién produce, quién… algo? Y ahí, en la lista de nombres con la que el eslabón común en nuestra cadena respondía a esa voz, estaba mi nombre.
Y ahí estaba yo, al otro lado de la pantalla, con tantas cosas que decir… y mis letras mudas. ¿Qué ha pasado? Es fría la profundidad de un honesto “no sé”. Claro que también la negación es siempre más fácil. Encontré empatía en las letras que, con décadas de diferencia, Elizabeth Bishop usaba para expresar el sentir de un gran vacío: “Perdí dos ciudades, dos hermosas ciudades. Y aún más: algunos reinos que tenía, dos ríos, un continente. Los extraño, pero no fue un desastre”.
También he perdido desde las llaves hasta un continente entero, y a algunas personas en el camino. No, no fue un desastre. “El arte de perder se domina fácilmente; tantas cosas parecen decididas a extraviarse, su pérdida no es ningún desastre”. Me parecen, a la luz de estos días, versos perfectos, de esos que se acompañan de un suspiro y dibujan la sonrisa al liberarse del peso de la pérdida.
Aquí hemos perdido vidas, niñas, bosques, desarrollo, paz…. Eso sí que es un desastre, y no es un arte que se pueda dominar. Irónicamente, el parroquialismo y fatalismo parecieran bien perfeccionados en esta sociedad que siempre encuentra culpables y lamentos, pero no ha dominado sus vicios.