Servir es un verbo impropio, que se aplica solo a los esclavos, porque nadie es capaz de ayudar al prójimo como el samaritano.
“No se angustien, confíen en Dios y en mí”, dijo Jesucristo a sus discípulos cuando los consolaba, y eso mismo tenemos que decir por los rumores de una tercera guerra mundial en nuestros días, ante las amenazas y respuestas a tambor batiente que se encaminan hacia una conflagración mundial que dejará el armamento convencional, para uno más destructivo en masa, como se produjo en Siria recientemente. Esta generación ya lo vio todo, desde el desenfreno social que lleva como estandarte el enriquecimiento ilícito y rápido, hasta el dominio de los pandilleros, la diatriba, la difamación y la corrupción. El libertinaje, la promiscuidad sexual y la ausencia total de compromiso.
Asia es un polvorín con armas químicas y nucleares y el enfrentamiento entre los poderosos apuntan a que la humanidad sea conducida al borde de su desaparición, mientras que en otras partes del mundo hay una lucha irregular, en la que la infidelidad es tema de encomio, en que prevalece la teoría y la práctica del hedonismo de vivir por el placer. Servir es un verbo impropio, que se aplica solamente a los esclavos, porque nadie es capaz de ayudar al prójimo como el samaritano de la Biblia. Ahora se vive con angustia y con temor de salir a la calle. El matrimonio muy pronto será un cuento de hadas, está a punto de dejar de ser el núcleo de la familia y de la sociedad, son parejas, no esposos; no hay responsabilidades porque solamente están para la atracción física y vivir en contienda.
Un tema recurrente son las señales del fin del mundo, hay luchas de naciones, sociedades como Sodoma y Gomorra, y la inflexibilidad del corazón que no perdona, que se llena de odio, de rencor, de vanidad, de envidia, de ambición y, por eso, hay instituciones corrompidas. En lugar de atemorizarnos debemos cambiar, disfrutar el caudal espiritual que nos dejó la semana de reflexión en la que se conmemoró la Vida, Pasión y Muerte de Jesucristo, resucitado al tercer día de entre los muertos para darnos esperanza de cambio y una vida mejor que no está entre los placeres e irresponsabilidades del desenfreno, sino en el cumplimiento de los mandatos y fortalecer el vínculo del matrimonio y convertirlo en una sola carne, amar a nuestro cónyuge como a nuestros propios cuerpos, viviendo en armonía, sabiamente.