Rodrigo Tot nació en el centro de Guatemala con el bum minero de los años 60. Hoy, 59 años después de una empecinada y tenaz lucha contra la minería de níquel en la región que lo vio crecer, Izabal, recibe el Premio Goldman, considerado el Nobel del Medioambiente, convencido de que la batalla por la Tierra es la más importante.
“Me siento contento, me siento igual, como líder de mi comunidad, porque yo sé que por nuestra lucha, pues, es que llegamos”, asegura este guía comunitario en una entrevista con Acan-Efe, en donde reconoce que las amenazas y las extorsiones contra su familia, una constante en su vida, no lograrán su objetivo: intimidarlo.
Cuando solo era un niño perdió a sus padres. Fue entonces cuando se mudó a vivir con algunos de sus parientes a Agua Caliente, con 12 años. Este pequeño pueblo de donde era originario fue su hogar y lo vio crecer. Ahí se forjó y en el año 2002 los Q’eqchi lo eligieron como su líder.
Desde ese momento guió a su comunidad a una decisión judicial que sentó un precedente histórico: ordenó al Gobierno que emitiera títulos de propiedad para el pueblo Q’eqchi y evitó que la destructiva minería de níquel se expandiera a su comunidad.
Parco en palabras pero tajante en su discurso, Tot, que nunca recibió educación formal y que aprendió a hablar español escuchando a otros, recuerda cómo la compañía Hudbay Minerals, que opera en la mina Fénix, nunca habló con la comunidad.
Llegaron y se asentaron. Los Q’eqchi sólo se enteraron cuando los mineros vinieron para comenzar a trabajar. Ahí llegó también el miedo. Los comunitarios veían amenazada su tierra y su sustento. Con el apoyo del Centro de Recursos para la Ley Indígena y la Defensoría Q’eqchi, una pequeña organización de derechos humanos, lograron lo inesperado.
El Tribunal Constitucional de Guatemala reconoció los derechos de propiedad colectiva del pueblo (ya habían pagado entre 1985 y 2002 32 mil 350 quetzales –unos 4 mil 400 dólares– por 30 caballerías –más de 1 mil 300 hectáreas–), ordenó al Gobierno que reemplazara las páginas “que faltaban” del registro –las habían arrancando– y que expidiera los títulos de propiedad.
A pesar del fallo, en la actualidad sigue sin cumplirse.
Pero el precio pagado por Tot no fue en vano. Con la mirada cabizbaja recuerda como el 1 de octubre del año 2012 mataron a su hijo, el mayor de cinco, que dejó a cuatro pequeños huérfanos.
“Lo mataron. Venía viajando a la capital. Supuestamente hicieron un asalto (en el autobús), pero no era tal. Lo venían siguiendo para asesinarlo”, proclama uno de los seis héroes del medioambiente galardonado este lunes con el Premio Ambiental Goldman, y denuncia que el homicidio de su primogénito, enfermero de profesión, era por el apoyo que siempre le brindó.
Lo denunció. Al igual que las llamadas amenazantes que recibe desde hace años, pero “nada”.
La Comisión Interamericana de Derechos Humanos dictó a su favor medidas cautelares, pero tampoco se cumplen. Lo único que lo mantiene en pié es la unidad familiar y los frutos que van cosechando: “Nos apoyamos bastante. Hay que empezar con la familia. Y (desde ahí) hemos visto resultados positivos”.
Creyente acérrimo de “todo lo que dice la biblia” y con más de 37 años predicando, Tod no tiene miedo a lo que le pueda pasar y es consciente de que, en algún momento, “me harán desaparecer”. Aún así advierte de que la lucha seguirá de la mano de los pequeños, la “semilla del mañana”.
“Si nosotros no luchamos, quien va a luchar por ellos. Si nosotros no sufrimos, que les vamos a enseñar a ellos. Si nosotros luchamos ellos también tiene que ver cómo se lucha”, explica, y añade que cuando él muera “se van a levantar” cinco nuevos líderes. Ya están preparados para que el trabajo continúe.
Su abogado, Carlos Antonio Pop, que lo acompaña en esta entrevista, es más enfático en su denuncia. Para él hay más interés que el níquel. Los “rusos”, dice, están empecinados en el uranio de la zona y tal puede ser el lucro que todo lo demás, la sentencia, el homicidio del hijo de Tot y todo lo demás, queda en el “limbo”. Ni se investiga.
“Si me matan por decir la verdad es por algo. La pena es que lo maten a uno por hacer el mal”, señala mientras recuerda como mataron a Jesús. Y acto seguido abre su pequeña agenda, muestra unos papeles y exige al Estado que les entreguen las escrituras de lo que es suyo. Que dejen las “excusas” y que cumplan la sentencia.
Agua Caliente, una comunidad formada por 62 familias y unas 400 personas, ya no aguanta más. La minería deja sus efectos. Las 10 fuentes de agua que la surten, al igual que a otras aldeas aledañas, ya no son suficientes. Las enfermedades “se empiezan a ver”. La gente muere “de granos” y de “paludismo”.
Las cosechas, de cardamomo, naranja, mandarina, café, milpa o fríjol, “ya casi no están rindiendo”.
Este premio, abunda Tot, que prefiere hablar de “nosotros” y no de “yo”, es un “reconocimiento” al trabajo de la comunidad por la “lucha más grande del mundo, la Tierra”, pero hay cosas en la vida, como la pérdida de un hijo, que no tienen precio.
*Con información de ACAN-EFE.