Existen muchas experiencias entre parejas, amigas y compañeras en donde la violencia reina en las relaciones y muy pocos espacios para denunciarlo. El mecanismo de violencia lo utilizamos para obligar a la(s) otra(s) a realizar actividades que no están de acuerdo o someterlas a servirnos; el deseo de dominar, como dice la antropóloga maya k’iche’ Aura Estela Cumes. Además, por las condiciones de rechazo a nuestro alrededor se encierra en la pareja el acumulo social, del cual todas necesitamos, es decir, en la pareja está todo: familia, amiga fiel, acompañante. Y si esta relación es violenta no podemos acudir a nadie.
En espacios políticos tratamos de reflexionar sobre estas violencias; ha sido muy difícil, pues inmediatamente nos inundamos de las estrategias del amo y nos colocamos en bandos; supongo que es porque no hablamos de los procesos de justicias, resarcimiento o reparación desde nosotras. Usamos técnicas como sacarlas de los espacios, no dirigirles la palabra y hacer la denuncia social –aunque esto a veces se nos regrese socialmente como: “Ya vieron, las lesbianas son unos hombres”–. Esto no ha servido de mucho. Otra de las situaciones difíciles es la violencia que ejercemos hacia otras; uno de los ejemplos es el acoso sexual y la discriminación racial.
El acoso sexual lo he visto, y me han contado en bailes eróticos, en presentaciones musicales de amigas, en el coqueteo –aunque muchas veces el pánico de las mujeres heterosexuales de que una lesbiana se les acerque hace sentir que están siendo acosadas–. El racismo que ejercemos lesbianas ladinas/blancas/mestizas a compañeras mayas, xinkas, negras y garífunas es de las violencias que poco hablamos, poco hacemos para transformar y una de las practicas más crueles, ya que a veces significa no ser parte de las luchas por la defensa del territorio, quitar oportunidades, burlarnos de cosmovisiones ancestrales y negar nuestras raíces.
Existen casos de violencia sexual entre nosotras, para mí es una de las acciones más repudiables, pues tomamos como estrategia la misma que el patriarcado colonial ha instalado en esta sociedad. No, es no. No podemos seguir reproduciendo estas prácticas de relacionamiento si queremos que la sociedad nos deje de tratar como si fuéramos una vergüenza por el solo hecho de existir. Una resistencia precisa y sumamente necesaria es que establezcamos otros tipos de relaciones sociales, sexuales, económicas y políticas en nuestra red, en nuestra comunidad, en nuestro barrio. Esto significa buscarnos en nosotras mismas qué prácticas de dominación ejercemos y diseñar las justicias que contribuirán a construir y sentir el Ütz k’aslemal.
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