Los elementos policiales no se dan abasto para frenar la delincuencia que atormenta a los ciudadanos, pues las extorsiones, los asaltos, los asesinatos por no cumplir con las cantidades de dinero demandadas por los pandilleros son frecuentes en cualquier parte del país. ¿En qué momento nos arrebataron la tranquilidad?
¿Hasta cuándo esos parásitos sociales seguirán adueñándose de nuestra paz? No podemos atarnos de manos y entregar un futuro adverso a las generaciones venideras, en el cual reine el crimen organizado y la violencia. Verdaderamente, la criminalidad que enfrentamos es preocupante y alarmante, se salió de control y avanza con paso avasallador, sin ver rostros ni posición económica, no se amilana ante nadie e irrumpe inesperadamente en cualquier lugar causando estragos en los núcleos familiares.
En reiteradas ocasiones he expresado que la ciudadanía debe involucrarse en temas de seguridad ciudadana y exigir a las autoridades competentes que cumplan con lo establecido constitucionalmente, para promover y acompañar acciones efectivas en la lucha contra la violencia que carcome los tejidos sociales. No obstante, somos las y los guatemaltecos los obligados a denunciar a quienes delinquen, pues se supone que como vecinos tenemos cierta identificación de esa escoria que se alimenta de nuestro miedo e inacción.
Apreciado lector, comparto con usted estos versos que escribí y publiqué hace siete años, que llevan como título el de esta columna y los cuales emanaron del infortunio de muchos connacionales que perdieron a algún ser querido. Lamentablemente, el fenómeno ha ido en aumento y esa marejada delincuencial sigue llevándose vidas, voces se diluyen en las profundidades de la tierra bajo miles de metros de silencio, se unifican en el eco de una despedida trémula e intempestiva.
Luego… emergen extrañamente vigorizantes entre los retumbos de una conciencia aletargada, clamando y exigiendo justicia a una sociedad inerte cómplice de su muerte anticipada. ¿Cuántas voces más habrán de enmudecer, en esta vorágine de sangre que nos arrastra y nos inunda? ¿Cuántos sueños más habrán de romper las garras ennegrecidas de la violencia?
¿Cuántos niños más serán herederos de la orfandad y la indiferencia? ¿Cuántas mujeres más vestirán de negro a la ausencia de un ser amado? ¿Cuánto tiempo más soportarás este de-sangramiento, Patria amada?
Entre susurros, las voces se entregan a su letargo, en la geografía de un sepulcro saturado de injusticias y de preguntas sin respuestas.
Deja un comentario