Esa es la realidad que vive el ser humano que magnifica el gozo aparente, superficial, sin pensar que todo trae consecuencias.
La Biblia dice que tenemos que perdonar a los que nos ofenden, pedir perdón a los que ofendemos, también nos dice que antes de sufrir anduvimos descarriados, pero al conocer y cumplir sus preceptos hemos transformado nuestra vida.
Esta reflexión espiritual puede aplicarse a los últimos meses del conocido narcotraficante Joaquín Guzmán Loera, preso en México y en una batalla jurídica que trata de impedir su deportación a los Estados Unidos, y aunque muy lejos de nuestra realidad, reclama piedad y que se reviertan las medidas de seguridad a las que ha sido sometido, conociendo que se ha convertido en un peligro por sus estrategias de fuga.
Él anduvo descarriado, su talento lo utilizó para hacer el mal, mandó a matar a sus enemigos, envenenó a miles de personas con “su producto”.
No estamos para juzgarlo, porque estaríamos en un juicio paralelo que no nos corresponde. Ahora, sufre el encierro al que ha sido sometido, cambió el encierro de oro y ahora dice enloquecerse, estar depresivo y exige el respeto a sus derechos humanos. Esa es la realidad que vive el ser humano que magnifica el gozo aparente, superficial, sin pensar que todo trae consecuencias, se olvidan de la ley y se olvidan los derechos de los que tienen oprimidos, dice Proverbios.
La ambición al poder, al dinero, a la comodidad, a la aventura de jugar con lo ilícito lleva a muchos hombres a desviarse de los caminos rectos. Fue la falta de orientación, de disciplina, de reprensión “para que no gastaran sus hijos su vigor en las mujeres ni su fuerza que hace arruinar a los reyes”. Faltó alguna vez una relación estrecha para compartir principios, ética y moral. Llevarlos a un nivel académico que les permitiera enfrentar la vida. Pensar en un futuro basado en un presente de realidades.
A los jóvenes hay que enseñarles lo que escribió Amado Nervo: “La mayor parte de los fracasos nos vienen por querer adelantar la hora de los éxitos”. Para no sufrir, no hay que tener una vida descarriada. Y para ello, hay que enfocarse en una vida normada por el amor, el respeto, amarse uno mismo para amar a los demás.
Una vida que como dicen las Escrituras: “No pierdas de vista mis palabras. Guárdalas muy adentro de tu corazón, ellas dan vida, dan salud y, sobre todas las cosas, cuida tu corazón porque de él mana la vida”
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