A los 72 años de la revolución de 1944 es merecido conmemorar las transformaciones que introdujeron a Guatemala en la política moderna, la cual se hacía urgente para dar respuesta a las demandas de una población que crecía en medio de condiciones que no permitían planificar el futuro con una visión estratégica.
Esta fue precisamente la perspectiva con la que Juan José Arévalo condujo las riendas de una nación que aún luchaba por despojarse de las estructuras que se formaron en la colonia y se afianzaron durante las dictaduras que siguieron a la independencia del país.
Por ello, la aprobación del Código de Trabajo, libertad sindical, creación de un sistema de seguridad social, el voto para mujeres y analfabetas, el establecimiento del Banco de Guatemala, la devolución de la autonomía a la Universidad de San Carlos y la conformación de la Facultad de Humanidades, fueron logros que tienen un alcance importante hasta nuestros días, dado el impulso que todo ello dio a la economía, la protección laboral y la educación, entre otros.
Asimismo, la apertura democrática favoreció el empuje de una nueva organización, con la cual se pretendía dejar atrás toda forma de gobierno totalitario, como los de Manuel Estrada y Jorge Ubico, que dominaron 36 de los primeros 50 años del siglo pasado, y se realizaron elecciones libres, en las cuales se respetaría la voluntad que el pueblo depositó en las urnas, sin represión.
Guatemala vive un momento de cambio que espera olvidar una amplia etapa de corrupción y abuso, en la cual el Estado no ha servido a la ciudadanía, sino que se ha aprovechado de ella para satisfacer su codicia. Es por ello que se deben reivindicar los valores de la gesta de 1944, involucrándose en la vida política, y refrendar su derecho de participación y libre emisión del pensamiento.
Todo ello será posible con base en esa unidad nacional a la que ha incentivado el presidente Jimmy Morales para alcanzar un bienestar que se nos ha negado por causa de la indiferencia con que se ha legitimado el poder de unos pocos sobre el interés general, lo cual debe desterrarse de un territorio que ama su democracia y la quiere fuerte para la prosperidad de las generaciones venideras.
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