En torno de los candidatos a la Presidencia de Estados Unidos hay más sombras que luces.
Por tercera, y última vez, el y la aspirante a la Presidencia de Estados Unidos se colocarán frente a frente para protagonizar el debate que dejará la mesa servida para los comicios del 8 de noviembre.
Hoy por la noche, la emblemática Las Vegas, acostumbrada, como los contendientes, al seguimiento mediático, será escenario para el decisivo round entre Donald Trump, el candidato que “muchos aman odiar”, y Hillary Clinton, quien con su sonrisa maquilla una trayectoria no libre de cuestionamientos.
En ese contexto, ambos se han quedado lejos de ahondar en la propuesta programática y se han enredado en hallar y resaltar deslices o el lado oscuro del rival, en búsqueda de convencer, persuadir y, seguramente, manipular al electorado con miras a suceder a Barak Obama.
Vale indicar que la demócrata y el republicano levantan más incertidumbre que certeza, lo cual todavía no les garantiza el dominio en las urnas, e incluso en sus partidos no gozan de simpatías plenas, dinámica que mantiene un codo a codo o leve ventaja de la exsenadora, ex Primera Dama y ex secretaria de Estado.
Dado ese panorama, las palabras y las acciones de los 2 deben verse con escepticismo, como lo subrayó en su momento Otto Von Bismarck, el llamado “Canciller de hierro” (1815-1898), quien acuñó la expresión: “Nunca se miente tanto como antes de las elecciones, durante la guerra y después de la cacería”.
Así que mientras Clinton y Trump deciden si abordarán el tema de los migrantes, y otros que nos interesan en estas latitudes, o sabiendo que con una y otro las cosas no cambiarán significativamente, según argumenta el analista John Ackerman, mejor pensemos en el perfil de un Presidente, uno ideal, del tipo Hollywood, uno de los referentes del sistema estadounidense, igual que “la ciudad que nunca duerme”.
Imaginemos entonces al, sin duda, gobernante que no solo en Estados Unidos se quisiera tener, el “James Marshall” interpretado por el icónico Harrison Ford en Air Force One, cinta de culto en la que el personaje es perfecto: firme, hábil, líder y en las alturas se impone a puñetazo limpio a un grupo de terroristas.
Respecto de la industria del espectáculo, aún no se ha cumplido aquello de que la realidad supera a la ficción, ya que en materia de gobernar no ha habido necesidad de decisiones al estilo de los mandatarios “Merkin Muffley” y “James Dale” cuyos disparates no han pasado de los guiones de Doctor Strangelove y Mars attacks, con Petter Sellers y Jack Nickolson, respectivamente.
Tampoco el sueño americano ha propiciado que surja un “Bill Mitchell”, como el suertudo al que dio vida Kevin Kline en Dave; ni el agraciado y querido “Andrew Shepperd”, de Michael Douglas en The american president; ni se han producido situaciones como las afrontadas por “Thomas J. Whitmore” (Bill Pullman) y “Tom Beck” (Morgan Freeman) en Independence Day y Deep Impact.
Bueno, la lista no es corta pero hay que referir al desalmado “Alan Richmond” de Absolute Power, con el siempre convincente Gene Hackman; o al singular jefe de la Casa Blanca de Leslie Nielsen en Scary Movie 3, individuos que mejor si se quedan en el ámbito de la creatividad cinematográfica.
Jeff Bridges, William Hurt, Donald Pleasance, Aaron Eckhart, James Earl Jones y Jammie Foxx son otros actores que gracias a la pantalla grande han ocupado la Oficina Oval. En el caso de los dos últimos, dieron el toque afroamericano que con uno de ellos rompió paradigmas, como pasó con la difícilmente recordada Ernestine Barrier, en Project Moonbase (1953), quien se habría anticipado a lo que las nuevas encuestas anuncian, el vocativo: Madame president.
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