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Pluralismo y ciudadanía

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La diversidad cultural de las comunidades políticas plantea la necesidad de entender el pluralismo más allá de los criterios exclusivos de la ciudadanía entendida desde el imaginario de una nación única.  

El problema del pluralismo en los sistemas políticos expresa la diversidad de doctrinas religiosas, filosóficas y morales (creencias, valores y formas de vida), que se encuentran presentes en las sociedades democráticas modernas.

El pluralismo es una característica de la cultura pública de la democracia, es decir, el resultado del ejercicio de la razón humana en el marco de las instituciones libres de un régimen democrático constitucional.

La existencia de una pluralidad de doctrinas comprensivas implica tolerancia respecto de concepciones, distintas identidades y concepciones sobre el bien. Así, se ha planteado como solución al problema del pluralismo un consenso político que sea legitimado por la ciudadanía, sin que este responda a una doctrina comprensiva, y que a la vez, respete la diversidad de doctrinas y formas de vida.

Este consenso que trasciende a la búsqueda de un bien mayor, compartido y aceptado por la diversidad de grupos, garantiza precisamente no solo su existencia sino también que estas doctrinas coexistan en la sociedad en pie de igualdad, puesto que no se fundamenta en una doctrina exclusiva. Este consenso permitiría respetar la autonomía de la persona como ciudadana y la estabilidad de las instituciones democráticas.

La idea del pluralismo en sociedades democráticas supone ya una cierta homogenización, en tanto que la tolerancia radica en dar cabida, únicamente, a todas aquellas doctrinas comprensivas que no entren en conflicto con la idea superior del bien, lo que refiere a la categoría de ciudadanía como construcción social sobre el individuo sujeto de derechos, y obligaciones, dentro de la sociedad.

Esta es una idea de homogeneidad cultural de las comunidades políticas y plantea una necesidad más profunda, que remite a los criterios de inclusión-exclusión basados en la relación cultura-ciudadanía, es decir, la necesidad de entender el pluralismo más allá de los criterios exclusivos de la ciudadanía entendida desde el imaginario de una nación única.

Desde una lógica de auto interpretación humana, las identidades se constituyen comunalmente y particularmente, de manera que, las demandas de identidad y de diferenciación (pluralismo) reclaman formas de institucionalización no homogeneizadoras, haciendo de la tolerancia una prioridad para la filosofía política, en tanto busca dar respuesta al problema de la pluralidad para recuperar la unidad nacional, la convivencia armónica y el bienestar material.


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