Lo cierto es que no sabemos en qué momento termina la vida, conocemos el día, hoy, lo que hacemos, mañana no sabemos.
Hay situaciones que no tienen explicación, por más que uno intenta buscar por el lado psicológico, espiritual y natural. Los abuelos justificaban esos momentos con la expresión: “Es la ley de la vida y así la debemos entender”. Lo anterior tiene relación con el sufrimiento de la señora Francisca Herrera Jerónimo y familia. El soportar la muerte sorpresiva de dos hijos pequeños y entender que nunca más los verá, es pedir demasiado al sentimiento humano.
El encontrar un momento de convencimiento, tolerancia o consuelo como mamá, papá o familiar de niños que principiaban a conocer la vida, no es fácil.
Una familia de pocos recursos económicos, mamá trabajadora, que dividía su tiempo para cubrir sus necesidades y atender a sus tres pequeños hijos, se lamentará siempre de no haber estado con ellos una tarde lluviosa del 27 de septiembre del presente año, cuando los niños Byron Eduardo Herrera Jerónimo de 7 años y su hermano Guilberto Alexander de 9, no se percataron del peligro y no pudieron evitar que el río Platanitos los arrastrara en San Miguel Petapa.
Tres días después a Francisca Herrera se le desplomó la esperanza de encontrarlos con vida, apareció el primer cuerpo en Playa de Oro, fue un impacto doloroso encaminado a esperar lo mismo con el siguiente niño, Guilberto. En efecto, fue el 6 de octubre que terminó la angustia y confirmó la ley de la vida, principio y fin, Alfa y Omega. Lo que aún no podemos asimilar los humanos, que somos parte de los seres creados por Dios, nacemos, tenemos una vida, en algunos casos logramos reproducirnos y luego morimos. No importa dónde estemos, qué estemos haciendo, cuándo llega la hora, es inevitable.
Esos momentos que dicta la ley de la vida son los que no se logran asimilar, probable cuando se ve desde fuera, el panorama es distinto, pero cuando eso se vive en casa los efectos son desgarradores. La pregunta que nos hacemos siempre es la misma, ¿porqué ellos?, eran niños, sin pecado, ángeles del señor, no completaron su misión, era preferible morirme, que me tocara a mí y no a ellos, se fueron sin pecado.
Esas son las expresiones comunes que se escuchan, que difícilmente tengan una respuesta exacta. ¿Será que si Francisca Herrera, hubiese estado con ellos, no pasa el suceso y los niños estuvieran con vida? Eso contradice aquella otra ley de la vida, siempre de los abuelos, que dice: “Cuando le toca, le toca y ni Dios puede evitarlo”.
No sabemos en qué momento termina la vida. Tenía razón Gandhi cuando decía: “Vive como si fueras a morir mañana. Aprende como si fueras a vivir siempre”.
No perdamos el tiempo en cuestionarnos y buscar respuestas de las decisiones de Dios, Él sabrá por qué los niños vienen y se van antes de completar su misión, o puede ser que esa sea la tarea. Lo cierto es aprender de esa lección como si nunca fuéramos a morir, para que pueda quedar como herencia en la sabiduría de los demás y multiplicar los sabios consejos para evitar errores en el futuro y mejorar el comportamiento humano.
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