La excesiva confianza en la dinámica de la firma de la paz, dejó al descubierto la falta de una clara ruta de comunicación política que impusiera el sí en las urnas.
Hace pocos días se llevó en Colombia la consulta popular para ratificar o no el tratado de paz firmado entre el Gobierno y la guerrilla de ese país. Dicho evento se celebró con bombos y platillos, al cual asistieron mandatarios de otros países, cuerpo diplomático, personalidades propias y extranjeras, ciudadanos comunes y, por supuesto, miembros del alto mando y combatientes de la insurgencia.
El rostro del presidente Juan Manuel Santos rebosaba de alegría. En los discursos del comandante general del movimiento guerrillero Fuerzas Armadas de Colombia y del propio mandatario se destacó el prolongado conflicto interno, el cual sobrepasa el medio siglo, y la importancia de poner fin al enfrentamiento y la imperiosa necesidad de conseguir la paz. Todo mundo aplaudió los buenos deseos expresados por los dirigentes colombianos.
Solo había un escollo que resolver. La firma de la paz debía pasar por el referendo popular, quien, con un simple sí o no, legitimaría las largas y engorrosas jornadas de negociación entre el Gobierno y la insurgencia. Y aquí es donde surge un factor que al parecer no había sido contemplado por los asesores de ambos bandos: la figura del expresidente Álvaro Uribe.
Durante los dos períodos (2002-2010) en que Uribe ejerció la presidencia las relaciones del Gobierno con la guerrilla fueron de un antagonismo extremo. El presidente sustentaba la teoría de la no negociación, sino de la rendición por parte del movimiento revolucionario. En ese sentido realizó sus mejores esfuerzos. Por supuesto, las FARC no se quedó de brazos cruzados y reaccionó. Debe recordarse que en junio de 1983, el padre del expresidente fue asesinado por la guerrilla. Sin duda, ese es el origen de la lucha sostenida por el político en contra de la insurgencia.
En la coyuntura del referendo popular el carismático político abanderó la campaña a favor del no, articulando una ingeniosa y efectiva frase de combate: “¡Paz sí, pero no así! ¡No + Santos! Resistencia Civil”. Esta había comenzado, incluso, antes de la firma final de los acuerdos. Por su parte, el gobierno, al parecer, no supo reaccionar ante lo agresivo de dicha estrategia y llegó a las urnas sin una clara táctica para ganar.
La excesiva confianza en la dinámica de la firma de la paz dejó al descubierto la falta de una clara ruta de comunicación política que impusiera el sí en las urnas. Por supuesto, habrá más causas que dieron el triunfo al no.
Una cosa es segura: el expresidente Uribe sigue gozando de amplio respaldo popular, alimentado por una postura antiguerrillera muy clara. Y a pesar que los resultados entre el sí y el no mostraron niveles casi similares, deja como lección que, en política, nadie puede dormirse en sus laureles. Ahora le queda al gobierno colombiano sentarse agregar una silla más en la mesa de negociaciones ya que al parecer, no será un diálogo entre dos sino entre tres. El tiempo dirá qué sucede.
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